Rafael Angulo

Periodista


Ahora que solo faltan 370 días para el Domingo de Ramos, que la nuca enrojecida ha tornado carne, la joroba se ha enderezado, los chichones disminuido y el costal ha liberado los ojos; ahora que no llueven pétalos, que las miradas más tiernas ya no se esconden y que ya no vas quitando penumbras ni dando luz; ahora que no portas ese remanso de paz, ahora, te digo que no hay que renunciar a la procesión. Te digo que todas las cruces son suaves si las sabemos llevar, que si después de esa noche no viste a Dios es que estabas ciego o la neblina del incienso (que alivia) te entretuvo y al estar perfumado por azahar actúo como narcótico celestial. Ahora que temes que la vida siga igual, aleja la idea de que nunca vas a perder una oportunidad de perder una oportunidad, arrepiéntete de haber provocado lágrimas en un rostro que te regaló sus mejores sonrisas (esto viene de arriba). Cuando llegues a mi tramo te darás cuenta que la edad te hará más libre, que no pasa nada por dejar el móvil nuestro de cada día y que cuando dijo que dejarán las redes y le siguieran, por algo lo diría. Cuando llegues a mi tramo, el penúltimo, te gustará decir por tierra, agua (sin camalote) aire y ciberespacio que valió la pena la estación, buscarás recuerdos por el fondo de tu memoria con el trasmallo de tu infancia, sintiendo ese paso que se arría y se levanta, conteniendo la respiración, andando y siempre de frente. Al final, toca ser sabio y saber esperar, total, faltan 370 días para ver el gesto más dulce de la Señora del Dulce Nombre, los ojos más bonitos que miran con el calor del afecto, la súplica reiterada de “Sálvame, Virgen María”. Y el silencio que pasa. Pasa la Madre de Dios, pasa esa Madre que va a ver a sus hijos que viven lejos, en otra parte. Todo eso, y mucho más, pasa.

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