Antonio Luis Vélez Saavedra


El 25 de Febrero de 1983 se aprobó por las cortes generales de España el Estatuto de Autonomía de Extremadura, por lo tanto se cumplen 40 años de la norma más importante de nuestra región. En aquellos momentos algunas comunidades como la nuestra estaban carentes de prácticamente cualquier elemento de los que hoy conocemos como del estado del bienestar. Además el punto de partida de la recién creada autonomía extremeña era de una clara desventaja comparada con otras comunidades que ya disponían de un tejido económico consolidado, propiciado por las decisiones que históricamente relegaron a Extremadura a la posición de colonia interior del estado, destinada únicamente a servir de provisión de materias primas y mano de obra, con la consiguiente pérdida de población del territorio y que aun hoy en día viene lastrando nuestro propio desarrollo.

Revertir esa situación ha sido y sigue siendo la principal labor de los sucesivos gobiernos democráticos en Extremadura, los que en muchas ocasiones han venido denunciando el abuso y la insolidaridad de las comunidades más ricas del país con respecto a nuestra comunidad, desde los comentarios de algunos políticos de Cataluña diciendo que somos unos mantenidos, hasta el dumping fiscal de la Comunidad de Madrid, uno de los principales generadores de desigualdad en nuestro país.

En ese sentido la lealtad y solidaridad de Extremadura con el conjunto del estado español, con ese proyecto llamado España es, podemos decir con orgullo, una de nuestras principales señas de identidad. Y eso debe mantenerse pese a que Extremadura está convirtiéndose de aquella colonia interior a actualmente ser un territorio estratégico, que en muchos aspectos se encuentra en una posición de ventaja con respecto a otras comunidades, entre otros motivos por su generación energética y alimentaria, factores básicos de los que otras comunidades son absolutamente dependientes, por ejemplo Madrid no genera ni el 2% de la energía de consume.

Y Mérida es la capital de este territorio, aunque todavía la división territorial de Javier de Burgos en 1833, la división provincial sigue en gran medida marcando la vida social y política en nuestro país. Y fue precisamente ese conservadurismo provincial la que complicó la elección de capital en diferentes autonomías, entre ellas la elección de Mérida como capital de Extremadura, pese a la teórica lógica de peso para su designación: la única ciudad que ya fue capital del país en las épocas romana y visigoda, así como por su situación en el centro de la región, por su historia y situación era la candidata perfecta y finalmente la lógica se impuso.

En aquel tiempo las autonomías emanaban de la reciente constitución y se trataba de un proceso nuevo, un camino que había que andar sin saber muy bien a donde llevaba, y que ha resultado ser de una relevancia insospechada, como dice la cita: “Nunca se llega tan lejos como cuando no sabes hacia dónde te diriges”.

A medida que la nueva democracia se iba asentando, y con las transferencias de las políticas estatales, los gobiernos autonómicos fueron adquiriendo cada vez más peso, y poco a poco fueron dotándose de las correspondientes herramientas e instituciones para su gestión, instituciones como la Junta y la Asamblea de Extremadura, o herramientas como el Estatuto de Autonomía del que se está celebrando su 40 aniversario.

Fueron unos momentos en la que la política tuvo una relevancia decisiva en la toma de decisiones, en unos tiempos en que la consolidación de la democracia era lo más importante los nuevos partidos se condujeron por las vías de la generosidad y el entendimiento para dar alcance al objetivo superior del bien común, un ejemplo para escribir en los libros de la memoria democrática. Y de generosidad también puede considerarse la posición que tuvo la ciudad de Mérida que cedió muchos de sus mejores espacios públicos para el asentamiento de las instituciones autonómicas, como son el conventual Santiaguista para la Presidencia de la Junta, el Hospital San Juan de Dios para la sede de la Asamblea, o el solar de Morerías como sede de las consejerías, los más destacados entre muchos otros ejemplos.

Con la llegada de la capitalidad, la población de Mérida creció espectacularmente, subiendo de 40 a 50 mil habitantes en los primeros años, principalmente por la llegada de funcionarios, el crecimiento de la ciudad y la ingente construcción de vivienda pública. A partir de ahí la parada en la construcción de vivienda y el no adecuado desarrollo de Mérida como capital autonómica ha ralentizado el crecimiento en población de la ciudad que se ha estancado en torno a los 60 mil habitantes censados aunque en la práctica hay una buena cantidad de población flotante establecida en la ciudad pero que por unos u otros motivos tienen su censo en otra localidad, cuestión que en ocasiones pueden generar problemas en la adecuada dimensión de los servicios públicos.

Y volviendo al motivo de este artículo, que no es otro que el 40 aniversario del Estatuto de nuestra autonomía, no veo mejor manera de acabar este artículo que con un fragmento de su inspirado preámbulo:

“..Somos Extremadura porque queremos serlo los extremeños de hoy,[] y porque el proyecto incluyente de España así lo reconoce y alienta para nosotros y para los otros pueblos hermanos. No nos ata el pasado, ni le debemos sumisión, es solo el variado mosaico de nuestra historia. Y por duro que haya podido ser, se ordenó al fin y al cabo para traernos hasta este presente esperanzado. No nos ata el pasado, es nostalgia del futuro lo que sentimos, en realidad.”



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