Mayte Palma


La tarde iba cayendo plomiza y fría. Las calles iban tornándose grises bajo una fina lluvia que hacía brillar las losetas desgastadas de las aceras. Aun no se habían encendido las luces y el gentío, poco a poco, iba desapareciendo de aquella escena pictórica que ella observaba desde la ventana de su comedor. El cigarro en el cenicero descansaba de sus labios dejando escapar un hilillo de humo en una verticalidad precisa hasta desaparecer, dejando su olor por toda la estancia. Luna ronroneaba a sus pies refregándose tiernamente entre sus piernas. Ella bajó la mirada y sintió una nostalgia punzante en su pecho. Embutida en una bata de rizo rosa, tan desgastado el color que parecía blanco, sentía el frío del invierno en ciernes como una condena. Echó un poco de leña en la estufa de hierro y su mirada se perdió en el crepitar de aquellos troncos secos que le daban la vida. Se sentó en su sofá preferido, un viejo butacón negro que su padre le regaló cuando estrenó la casa y, se disponía a coger su libro cuando el teléfono sonó. Por un momento pensó en no contestar pero ante la insistencia de su amigo, lo cogió. Al otro lado la voz profunda de León se interesaba por ella preguntándole que qué tal estaba, que qué hacía…Ella atacaba cada pregunta con un monosílabo, “bien”, “aquí”, “leyendo”…León al otro lado consumió sus argumentos en pocos minutos y al comprobar que ella le huía se despidió deseándole buenas noches y se hizo el silencio cuando colgó. Lucía se quedó pensativa mirando la pantalla ya en negro, dejó el móvil en la mesita que tenía al lado y cogió el libro. El calor de la estufa la sedujo más, se dejó envolver por la historia durante casi una hora y le costó volver al mundo real. Allí en la edad media, por donde caminaba entre las páginas, se sentía más segura que en este siglo XXl tan moderno y destructivo. Lucía había dejado de estar presente en redes sociales, se había aislado de lo que a ella le parecía que le absorbía como un agujero negro y sólo mantenía en su teléfono móvil el WhatsApp para estar en contacto con un mundo que cada día le parecía menos acogedor.

La noche llegó con un viento que arremetía con fuerza el agua en sus ventanas. Adormilada por el calor se sintió un navegante en un barco a punto de naufragar, pero era sólo una imagen fijada en su memoria, seguro que de alguna historia que había leído. Habían dado las diez en el reloj cuando decidió cenar algo ligero y darse una ducha. Luna la siguió hasta la cocina con un maullido lastimero y se subió a un cajoncito cerca de la ventana donde tenía su platillo de la comida. Esperaba sus manjares mientras se limpiaba, en una postura imposible, sus partes nobles, dejando una de sus patas tan estiradas que ni la mismísima Paulova hubiera podido mantener ni diez segundos. Lucía rio al ver tal contorsionismo y le llenó el platillo con su menú preferido, salmón. Ella se preparó un pequeño bocadillo con los restos del pollo asado del mediodía, con tomate y mayonesa, cogió una cerveza y se acomodó en su sofá para ver una película que tenía pendiente. La ducha le había dejado relajada y aunque pensaba en el trabajo del día siguiente se sentó, sin ningún remordimiento, a comerse su bocata y a disfrutar de la peli. El teléfono volvió a sonar justo cuando los títulos de crédito daban paso a la acción, puso en pausa la peli y contestó. León sentía que algo le pasaba a su amiga y no le convenció nada el tono con el que le respondió en la primera llamada. Lucía hizo de tripas corazón, contestó con agradado haciendo un gran esfuerzo porque tampoco quería que su amigo se preocupara, aunque por dentro una tristeza inmensa le estrujara todos los órganos de su cuerpo. León estuvo ocurrente y le hizo reír. Por un momento ella olvidó sus penas. De pronto sonó el timbre de la puerta y allí estaba él, con una inmensa sonrisa, igual que la enorme pizza y dos cervezas para compartir con ella y calado hasta los huesos. Ella no supo qué decir, sólo pudo darle un gran abrazo, cogió la pizza y las cervezas y lo invitó a entrar y a que se calentara al lado de la estufa. El plan no era malo para un día de diario.

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