Antonio L. Vélez Saavedra


Los nombres de las calles nos pueden contar mucho sobre la historia y cultura de los ciudades. La mayoría de ellos son elegidos para conmemorar personajes históricos, eventos y valores que se consideran importantes para la colectividad, es por ello que el callejero nos cuenta mucho sobre lo que somos y fuimos. Esos nombres no son aleatorios, sino que representan señas culturales de una ciudad y su historia. Reflejan las decisiones conmemorativas de cada municipio a lo largo del tiempo y, como tales, pueden entenderse como una manifestación sobre sus valores culturales, sociales y políticos.

En nuestra ciudad además, el callejero como sabemos, se remonta al urbanismo de Emérita Augusta, cuyas principales calles, en lugar de hacerse con tierra empezaron siendo de piedra, como marcaban los estándares romanos, una cuadrícula perfecta todavía reconocible en la actualidad, como es en el caso del Decumanus Maximus calle principal que iba de este a oeste y que seguía el mismo trazado de la calle Santa Eulalia y el Kardo Maximus que iba de norte a sur, el resto de calles se hacían paralelas a las dos principales, y en sus intersecciones amplios espacios para los foros. Y es que en Mérida el callejero, como decía Italo Calvino, sobre el urbanismo de la ciudad de Roma, no cuenta su pasado, sino que lo contiene como las líneas de la mano.

Esas lineas de la mano en Mérida nos hablan de la época romana, visigoda y musulmana, hasta que la ciudad dejó de tener influencia histórica, a partir de entonces cayó en importancia y no hay mucha documentación sobre el callejero emeritense. Esto fue así hasta que en el el siglo XVIII, el Marqués de la Ensenada, un singular y muy destacado político ilustrado, que como consejero de estado fue una clave fundamental en el desarrollo de España, y entre sus muchas ocupaciones una fue la de elaborar un censo actualizado de los pueblos y ciudades de la península. El resultado de ese trabajo es de un valor documental muy importante, en tanto se trata de una foto que nos proporciona mucha información sobre esas localidades al año 1754, entre ellos su estructura urbana y callejero, que se ve reflejada en el plano de Mérida de Alejandro Laborde medio siglo después. En ese catastro podemos encontrar nombres de calles todavía existentes en la actualidad, como la calle Baños, Peñato, Morería o Viñeros y otras que eran entonces y ahora desaparecidas del callejero, como Cerrajeros de la actual Castelar, Gitanos en la actual Cervantes, la ahora Teniente Torres, Rapapelos en esa época, o la Rambla Santa Eulalia que era el Arrabal, palabra de origen árabe que significa suburbio, como correspondía a esa zona antiguamente fuera de los muros de la ciudad.         

De ahí al pasado siglo, y desde mis vivencias cuando en Mérida se realizó el cambio de las calles franquistas en la transición, lo recuerdo con cierta tensión por estar todavía en esa época muy presente el franquismo sociológico, y tanto el cambio de esas placas azules de las calles con nombres de militares, como el derribo de monumentos como el de la Cruz de los Caídos de la Rambla, generó cierta crispación social. Era de esperar, ya que la eliminación de esta simbología suponía desmontar el relato creado durante la dictadura. De este modo por ejemplo la calle Jose Antonio pasó a ser la de Cervantes, General Aranda a Mariano José de Larra, Almirante Carrero Blanco a Paseo de Roma, o Coronel Yagüe pasó a ser Almendralejo. En otros casos las calles recuperaron sus antiguos nombres, como la plaza del General Mola por Plaza del Rastro; a la calle Teniente Coronel Asensio se la cambió por calle El Puente; o la calle donde vivía en esa época del Coronel Tella que volvió a su antiguo nombre de Berzocana.
Estos eran unos cambios obligados por esa Transición histórica, que supuso la vuelta de España a la senda democrática, una época en la que la sociedad civil fue recuperando y reivindicando su nuevo protagonismo, un activismo que llevó a muchos ciudadanos a asociarse y fomentar diferentes iniciativas, sobre todo culturales. Una de ellas fue la que se gestó desde el pub La Rivolta, desde donde Manuel Sánchez Gil ‘Manolo Rivolta’, o Luis Cuervo, como referente de la música de esa época, que junto con otros emeritenses, promovieron que la Calle Comandante Castejón cambiara su nombre por el de John Lennon. Recogida de firmas incluida hasta que el día de Reyes del ochenta y tres, Mérida estrenaba calle dedicada al Beatle asesinado entre el clamor popular llenando la calle desde la plaza del Rastro hasta la de Santo Domingo y entre las notas del “Yesterday”, un acto emotivo dentro la historia reciente de la ciudad.

A través de sus calles las ciudades hablan. Hablan de nuestra forma de entendernos, de nuestra forma de socializar y expresar nuestros deseos y de la forma de vivir con los demás: de convivir, son la imagen que tenemos de nosotros mismos y para el mundo, una buena herencia y escaparate como sociedad.

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