Félix Pinero

Periodista y escritor

Es Académico Correspondiente de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes


Cristóbal Hernández Valladolid, más conocido como beato Cristóbal de Santa Catalina (Mérida, 25/07/1638; Córdoba, 24/07/1690), fue un sacerdote eremita que practicó en su vida la oración y el silencio y fundó la Congregación de Franciscanas Hospitalarias de Jesús Nazareno. Nacido en el seno de una familia emeritense, cristiana y labradora, en la calle Baños, fue bautizado en la parroquia de Santa Eulalia, y falleció víctima del cólera, que diezmaba la ciudad de Córdoba.

Siendo niño, sirvió como monaguillo y sacristán en la parroquia de su ciudad y realizó voluntariado en el único hospital de Mérida. Educado en los valores cristianos, vivió su infancia y juventud poniendo su fuerza al servicio de su pueblo, que en aquel tiempo sufría las consecuencias de la guerra hispano-portuguesa de 1640-1668, que ocasionaría la independencia de Portugal.

El director del hospital San Juan de Dios, que lo trata diariamente mientras cuida a los enfermos del hospital, le insinúa la llamada al sacerdocio. El joven lo reflexiona y decide comenzar su formación eclesiástica. Una vez concluida, es ordenado sacerdote en Badajoz el 10 de marzo de 1663, a los 23 años.

Comienza su vida sacerdotal en Mérida y se inscribe como miembro del cabildo de clérigos, del que es secretario, y conjuga su ministerio con la atención a los enfermos del hospital. La muerte de un amigo en extrañas circunstancias le lleva a elegir la vida eremítica en la sierra de Córdoba. En 1667 llega al eremitorio de El Bañuelo, donde permanece seis años. Comienza a vivir en oración, silencio y penitencia y funda la Congregación de Ermitaños de San Francisco y San Diego.

En 1670 ingresa en la Orden Tercera de San Francisco de Asís y toma el sobrenombre de Cristóbal de Santa Catalina, que es posible que lo adoptara por la ermita que tenía esta santa en el mismo centro de Mérida, a pocos pasos del Templo de Diana. En 1673, viendo tanto sufrimiento, toma una decisión para su vida: “Serviré a Dios sustentando pobres”, que lleva a cabo en una ermita de la Cofradía de Jesús Nazareno, comenzando así la Hospitalidad Franciscana de Jesús Nazareno.

En 1690, el cólera infecta la ciudad. El padre Cristóbal cuida a los enfermos afectados por la epidemia fuera y dentro del hospital Jesús Nazareno y se contagia. Pide recibir la comunión y el sacramento de la unción de enfermos. Sus hermanos le acompañan, oran y sufren con él.

Además de su gran fe, el P. Cristóbal consiguió pagar a los trabajadores de una obra, a pesar de no tener dinero gracias a la Providencia, o que el pan no faltara en la despensa. Otro hecho verificado por todos fue la petición que le hicieron las hermanas para que “suplicara a la caldera donde hacían la comida para los enfermos que la cociese”, ya que tenía un agujero por el que se salía el agua y apagaba el fuego. El futuro beato le pidió que, en virtud de la santa obediencia, no se colara más el agua y dejara cocer la comida para los enfermos. Inmediatamente la caldera comenzó a hervir y el milagro llegó a los oídos del obispo de Córdoba, quien lo verificó personalmente.

El papa Benedicto XVI firmó el 20 de diciembre de 2012 el decreto por el cual se reconocía un milagro del venerable Cristóbal, que permitió su beatificación. El hecho se remonta a 2002, cuando una joven cordobesa, Alicia Sánchez, embarazada de diecisiete semanas, descubrió en una revisión médica que había sufrido una rotura prematura de membranas, con pérdida de líquido amniótico. Dada la gravedad del caso y la probabilidad de perder al bebé, fue ingresada en el Hospital Reina Sofía el Martes Santo.

Las religiosas del Hospital Jesús Nazareno de Córdoba que conocían a la muchacha porque trabajaba como fisioterapeuta en la residencia hospitalaria Jesús Nazareno, se enteraron del caso y comenzaron a rezarle a su fundador, el P. Cristóbal de Santa Catalina, a quien se encomendó la gestante. Cinco días después y tras las pruebas diagnósticas pertinentes, los médicos comprobaron que los problemas de la joven habían desaparecido, la bolsa se había restaurado y el líquido amniótico regenerado. Fue dada de alta el Sábado Santo y el embarazo continuó su curso hasta que el niño nació sano y salvo varios meses después.

Fue beatificado el 7 de abril de 2013 en la catedral de Córdoba en una ceremonia presidida por el prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, cardenal Angelo Amato, legado pontificio del papa Francisco, en presencia de 5.000 personas, muchas de ellas procedentes de Mérida, entre ellas su entonces alcalde, Pedro Acedo. El proceso de beatificación se había iniciado en 1692, dos años después de su fallecimiento.

El Beato Cristóbal de Santa Catalina profesó en 1671 como Terciario en el convento de Madre de Dios, en las afueras de Córdoba, ciudad que le acogió como hijo, se portó como un padre y en la que murió como un santo. Tras Mérida, Córdoba fue su auténtica patria. En 1673 funda el Hospital de Nuestro Padre Jesús Nazareno para atender a los más necesitados. Su preocupación por las ancianas pobres, necesitadas y desvalidas, le lleva a crear la Fundación de las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno, aprobado por Benedicto XIV en 1746. Escribió el libro “Las Reglas y las Constituciones” (Córdoba, 1747), que han de guardar las hermanas.

En Mérida, su ciudad natal, su congregación abrió en 1724 el Convento y Hospital de Jesús Nazareno, que hoy alberga el Parador de Turismo. La Barriada de Santa Catalina recibe su nombre en su memoria. El mayor referente de su trabajo es el Centro de transeúntes, que acoge a vagabundos y desvalidos.

El director y dramaturgo Isidro Leyva estrenó el 27 de julio en el estadio romano, con motivo de su beatificación, la obra “A los pies del silencio”, sobre la vida del sacerdote emeritense.

La Hospitalidad fundada por el P. Cristóbal continúa hasta hoy a través de la Congregación de Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno Franciscanas. En 1999, la Congregación contaba con 200 miembros, distribuidas en 28 comunidades (20 en España, 7 en América y 1 en Italia). Por diversas circunstancias, los Hermanos desaparecieron como congregación.



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