Agustín Plaza Aguado


Desde hace ya bastantes años cada semana leemos que grandes corporaciones, bancos, multinacionales e incluso la propia administración ofrece prejubilaciones y desvinculaciones a sus trabajadores, en unos casos obligados por las sucesivas crisis y en otros por optimizar el beneficio.

En un tiempo en que todo se mide y de todo se hace marketing reputacional para mejorar las ventas, hace unos años que las grandes empresas pelean por aparecer en el ranking como aquellas en la que los trabajadores se sienten más satisfechos (entre sienten y mienten sólo hay una letra de diferencia).

Sin embargo, cuando estas empresas abren la espita para salir de ella, se comprueba cómo casi nadie quiere quedarse, casi todo el personal está deseando salir, al margen del consabido recorte económico que ello supone, si eso es así en las mejores empresas para trabajar, ¿Qué pensar del resto de empresas?

Llegados a este punto es necesario una o varias reflexiones, y ver hacia dónde nos han llevado y nos siguen llevando las doctrinas económicas imperantes , el liberalismo diseñado por Adams Smith, preconizaba un futuro en el que las máquinas facilitarían y abreviarían la dedicación al trabajo, en el SXX Bertrand Russell anticipaba la reducción de las jornadas laborales, como de hecho sucedió en las economías punteras de aquella época hasta la segunda guerra mundial, su contemporáneo Keynes pensaba que se acercaba el tiempo de trabajar 15 horas semanales , sin embargo, casi todos tenemos jornadas de trabajo más largas y, en países como España, además se impone la idea de que aquel que pasa en el trabajo gran parte de su vida es un privilegiado, más aún si su salario está por encima de los mil euros mensuales.

Pese a este castigo existencial español, que es la falta de empleo, que nos arrastra a situaciones de esquizofrenia colectiva, es cada día más necesario revisar nuestra cultura de trabajo, pues es evidente que para la mayoría la única recompensa del trabajo es el salario, hecho que , sin duda, será el motivo fundamental que provoque el cambio, pues cuestiones como motivación, compromiso, satisfacción o utilidad han desaparecido de la esencia del trabajo, más aún cuando empiezan a proliferar teorías , e incluso prácticas, que abogan por trabajar menos y consumir menos , con los beneficios que ello conlleva para el alma y para la sostenibilidad de nuestro hábitat.

La pandemia ha evidenciado que esta economía, a la que Yanis Varoufakis (exministro de finanzas griego, economista, catedrático y ensayista) llama tecnofeudalismo, ha propiciado que técnicos financieros y bróker tengan retribuciones millonarias frente a sanitarios e investigadores que malviven con contratos y sueldos basura. Parece que serán pocos (salvo la élite privilegiada) los que puedan continuar impasibles ante tal aberración, es más, ideas como la renta básica universal, que hasta hace pocos años era una utopía, es hoy día una opción de presente y de futuro más que cierta.

Ahora que tanto se habla de las ayudas de Estado para salir de esta crisis, la realidad se resume en más y más dinero del banco Central europeo para el sector financiero y casi nada para la población, al final serán las grandes empresas, multinacionales, bancos y grandes negocios los que reciban la mayoría de ese dinero , y a las pymes, los jóvenes los desempleados y las familias con necesidades, poco o nada llegará, pero ya se encargarán las empresas de marketing del poder que parezca que el sistema se preocupa del votante y su familia fuera de la campaña electoral de turno.

Conscientes de que revertir una situación de este tipo es poco menos que imposible, algunos aún mantenemos la utopía de que será el propio sistema, con sus errores y sus ansias de acumular capital y poder, el que acabará por adaptarse, y conceptos como motivación, compromiso, satisfacción o utilidad volverán, junto con el salario, a ocupar la esencia de la cultura del trabajo, incluyendo criterios como el de utilidad social y bienestar colectivo en la escala laboral, donde la jornada o las horas de trabajo, así como la relación laboral se incorpore desde un análisis ético, pues como dice la propia OIT “este es un problema que no puede resolver la libre acción del mercado, ni desde una posición puramente económica”.

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