Patxi Mezo
No se me olvidarán nunca las imágenes de lo vivido esos días 26 y 27 de agosto de 1983.
Esa borrasca de la que nunca se advirtió de su virulencia, que no Dana, eso es para los progres que quieren hacer creer que las borrascas nunca existieron, arreciaba. La subida, al principio lenta pero inexorable, de las aguas. Y luego, como un relámpago, el reventón del rio Ibaizabal y varios pequeños riachuelos que atraviesan mi pueblo por diferentes zonas.
En un suspiro el agua alcanzó en algunas zonas casi tres metros.
En nuestro negocio familiar que apenas llevaba un mes abierto, con mucho esfuerzo y más préstamos, el agua superó el metro veinte centímetros arruinando y dejando inservible casi toda la maquinaria y el mobiliario.
Recuerdo la desazón de mis padres aquella noche, encerrados en casa, sin poder saber ni ver lo que estaba pasando con aquel negocio en ese momento y elucubrando lo que ni en sus peores pensamientos verían al día siguiente. La noche fue eterna, pero estábamos a salvo.
El alba anunció el comienzo de la bajada de las aguas. Yo dormía rendido.
Aún veo a mi madre despertándome aquella mañana y haciendo que me levantara de un salto espetándome a echar una mano a la gente. Por la mañana aún no se podía pasar a la zona donde teníamos el negocio.
Cuando bajé a la calle, simplemente era la guerra. Pero increíblemente, con lágrimas en los ojos, una gran pena y rostros desencajados ¡ahí estaba el pueblo! Como las aguas en el día anterior, brotaba la gente desde los portales con botas de goma y con cualquier cosa que sirviera para limpiar y achicar el barro en las manos.
Todo se movilizó en horas. Una mención especial a aquella Guardia Civil que desde antes de la subida de las aguas ya estaba movilizada y a aquellos valerosos que murieron intentando salvar al pueblo.
Escribiendo esto se me ponen los pelos de punta. Pronto caí herido colaborando con la limpieza del supermercado de mi barrio. No fue una herida excesivamente grave, pero si lo suficientemente como para tener la necesidad de ser hospitalizado e intervenido. Los primeros auxilios me los hicieron en el ambulatorio de mi pueblo que pocos instantes después de la bajada de las aguas ya estaba abastecido de lo básico. Todas las carreteras estaban cortadas y fue imposible hospitalizarme hasta transcurridas ocho o nueve horas de que me sucediera el incidente.
Todo esto no lo relato por vanidad ni nada por el estilo, sino para certificar que, en ocho o nueve horas tras la bajada de las aguas, ya había carreteras transitables. Y antes de eso, los helicópteros ya llevaban muchas horas surcando el cielo recogiendo a heridos mucho más graves que yo.
Quince días después fue la reapertura de nuestro negocio.
Cuando La Guardia Civil y el Ejercito funciona, los servicios de emergencia funcionan y la sociedad funciona, EL ESTADO FUNCIONA.