Álvaro Vázquez Pinheiro y Montserrat Girón Abumalham

Unidas por Mérida (Izquierda Unida –Podemos)


En la actualidad, la constitución de un organismo público con una función determinada se da por causa de, al menos, dos circunstancias: que resulte necesario para la organización, planificación y actuación sobre una temática concreta, y que se dispongan los recursos necesarios para el ejercicio de sus competencias.

Este es el caso de la ciudad de Mérida. El modelo elegido para gestionar y administrar todo lo referente al conjunto monumental de nuestra ciudad cuenta con un servicio público de atención concreta a todos los asuntos que tienen que ver con conservación, restauración, acrecentamiento, revalorización e investigación del patrimonio histórico arqueológico.

Es un honor para esa institución, y quiénes la conforman, recibir el encargo de cuidar y proteger el valioso yacimiento emeritense, como es un orgullo para la población, tanto institucional como socialmente, que esté entre sus principales señas de identidad y modelo de gestión de la ciudad, tal labor. No se trata de descubrir ahora el mar Mediterráneo, solo de poner aquí en claro los antecedentes y el marco.

Avanzando en el concepto y ahondando en el modelo, las bondades iniciales del órgano deben verse refrendadas por la acción, el rigor y la calidad de la misma. Es esa andadura y experiencia la que aportará mérito y prestigio. Tras más de 25 años de andadura, la ciudad de Mérida ha experimentado un desarrollo notable y muy provechoso en lo que a gestión del Patrimonio se refiere. Son varios los colectivos que han contribuido a tal impulso, recogido y materializado por algunas de las administraciones competentes, con mayor o menor acierto e interés, en sucesivas ocasiones. Este desarrollo puede llegar a ser motivo de orgullo y alegría, sin duda, pero con una mirada profunda, es fácil que se vea ensombrecido al comparar los logros realmente adquiridos con los objetivos iniciales. Y es que ya parece una tónica habitual que aquello que empieza con impulso y rectitud, acabe resultando un fiasco, o quede inacabado y desatendido, con la consiguiente frustración de los objetivos iniciales e inevitable decepción posterior.

Una mirada detenida sobre el histórico de los últimos diez años y el estado de algunos monumentos y solares de la ciudad, nos aporta dos denominadores comunes a las diferentes explicaciones que, en cada momento y de continuo, vienen justificando cada caso. Por un lado, se puede percibir un fallo en el cálculo de las necesidades a las que se quiere responder con el organismo de gestión. Cabe pensar, además, que seguramente el modelo tampoco sea el más adecuado. La magnitud del objetivo, a todas luces, no se corresponde con los medios y mecanismos puestos a disposición. Falta planificación y dotación de recursos.

Por otro lado, es un denominador común a todas las intervenciones que resultaron fallidas, la continua intersección de intereses ajenos al Patrimonio, que lejos de resultar cooperantes con su investigación, conservación y protección operan claramente a la contra, bien frustrando la labor de los profesionales o bien detrayendo recursos públicos para apoyar iniciativas privadas, cuyo objetivo natural se sirve del Patrimonio, no busca su revalorización ni contribuye a ello.

Este pasado verano hemos asistido a algunos ejemplos, que sepamos. Empezando por el prolongado y culminado fiasco de la casa del anfiteatro, donde, tras 12 años de clausura forzosa por una mala aplicación de la protección, ha sido la accesibilidad la que ha primado para proceder a su reapertura. Prioridad que, gestionada sin más perspectivas, ha tenido como resultado la condena del futuro del área arqueológica y la posibilidad de futuras inversiones ya que, una famosa y premiada pasarela, no solo se posa sobre los mosaicos y está hecha con materiales de dudosa conveniencia, sino que ha necesitado verter toneladas de relleno, enterrando la posibilidad de expansión del conocimiento y del espacio turístico, echando tierra, literalmente, sobre el futuro del área arqueológica. Otro ejemplo es la construcción de un parking privado en un área arqueológica relevante, junto a la Basílica de Santa Eulalia. A una concesión del terreno de Adif de ocho años para una explotación comercial particular, se le han aplicado todas las licencias posibles para evitar la investigación del área, nuevamente echando tierra, además de una buena solera de hormigón, sobre el entorno histórico arqueológico de la basílica y el yacimiento emeritense en este punto.

No son los únicos ejemplos, desafortunadamente, puesto que, sin hablar de elementos emergentes de interés histórico como la fachada de la casa de la China o la de la casa de la calle Puente, nos topamos con la realidad del yacimiento de Morería, la de los solares del antiguo cuartel de Hernán Cortés, el yacimiento de la calle John Lennon o el Centro de interpretación del Foro, como representantes de estatismo y abandono del Patrimonio. Por otro lado, la ejecución de la rehabilitación del teatro María Luisa o la reparación del descendedero del puente romano, en los que, actuando el Consorcio como una mercantil más, sin concurrencia competitiva de ninguna clase, se producen modificaciones de proyecto sobre el transcurso de la obra, que resultan inexplicables teniendo en cuenta que es este mismo organismo el encargado de la supervisión y estudio de cualquier proyecto de intervención sobre elementos del patrimonio emeritense, que además tiene acceso directo a profesionales y datos científicos de primer nivel, son hechos que no solo minan la confianza en la gestión y prioridad que se concede al patrimonio en la ciudad, sino que nos deben poner sobre aviso ante una deficiente aplicación de la ley, especialmente en lo que a su articulado en materia preventiva se refiere, tanto de su dirección como de su presidencia y el conjunto de instituciones con cuyo concurso y bajo cuya responsabilidad se produce la toma de decisiones.

No tenemos, por tanto, a nuestro modo de ver, una Arcadia feliz del patrimonio precisamente para la ciudad monumental de Mérida. Pensar lo contrario, e incluso defenderlo es, en parte, una irresponsabilidad que por nuestra parte no estamos dispuestos a asumir.

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