Rafa Angulo

Periodista

Mi hijo Currino fue a Wembley a ver el España-Italia. Aún está afónico y la zamarra de la selección de la Nación Española la tiene en un rincón de Cardiff como un amuleto. De casta le viene al galgo a este hijo mío pues su abuelo, mi padre, también seguía con pasión (inútil) los partidos de su Valencia. El fútbol, ya saben, la cosa más importante entre las cosas menos importantes. En el año 1970 yo tenía 15 años y aquella Liga la ganaron los Ches entrenados por don Alfredo Di Stefano. La plantilla no parecía gran cosa pero funcionaron como un equipo y aliento extremeño no les faltó pues acompañé a mi padre a Sevilla, Madrid y ¡Málaga! a ver los partidos del Valencia. He puesto Málaga entre exclamaciones porque entonces era una aventura el viaje: ir por la media fanega, de Antequera a Málaga, el Himalaya; llegar, ver el partido y de vuelta a Mérida porque al poco mi padre tenía que trabajar en la Papelera. Aquello fue una aventura (en un Citroen Dyane 6 con capota de lona) y la de Currino también pues trabajaba al llegar, pero menos (Cardiff está de Londres a tres horas). Ha habido más paralelismos familiares: del Valencia de Di Stefano se habían ido dos históricos (Waldo y Guillot) y habían llegado unos jóvenes por descubrir: Claramunt, Cota, Forment, Sergio, Uriarte, Pellicer y el argentino Óscar Rubén Valdez que empezaron regular produciendo cierto desencanto en la afición, desencanto que duró poco pues gracias a Di Stefano y al portero Abelardo consiguieron la Liga (de carambola y perdiendo el último partido: a ese no fuimos de chiripa –era contra el Español-). Di Stefano conjuntó un equipo a su modo y estilo, soplándosela las críticas iniciales, como Luis Enrique.

España cayó en Wembley contra Italia con la cabeza alta y la sensación de estar construyendo algo importante (el Valencia de los 70), se luchó con grandeza (porque es mejor querer y después perder que nunca haber querido) y pasó Italia reculando con “catenaccio” pero nosotros no perdimos (de hecho no perdimos ningún partido). Dimos la talla, tanta que mi Currino no creo que eche en falta los 85 euros de la entrada y el viaje de ida y vuelta. Como en los 70, un corazón Angulo hubo allí.

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