Antonio Luis Vélez Saavedra
Entre los recuerdos que nos dejó mi abuela Justa Sanchez, que fueron bastantes porque 103 años dan para mucho, hay uno al que le tengo especial cariño y que es el motivo de este artículo. Se tata de la colección de cartas y textos que ella escribió, y que van desde el diario de su viaje a Tierra Santa a las cartillas escolares de caligrafía.
Y aunque la pronta falta de su madre cuando ella tenía 15 años hizo que tuviera que abandonar su aspiración de ser maestra para cuidar de sus hermanos menores, de esa época mantuvo toda su vida una caligrafía excelente. Leía el Hoy a diario y escribía habitualmente, siempre con esas letras de molde tan ordenadas y elegantes, que recuerdo de bien pequeño, como mi primer contacto con la magia que se encierra en la escritura y las palabras. Aunque en parte me llamaban tanto la atención también porque, como buen zurdo, siempre he tenido una letra horrible.
Tengo que decir en mi defensa que a los niños zurdos en aquella época se nos intentaba corregir y obligaba a escribir con la derecha, y se nos ponía la mano a la espalda para que no usáramos la ‘mano del diablo’, los atrasos de la época, pero aquí seguimos, usando para las cosas importantes siempre la mano izquierda.
Volviendo a las cartillas escritas por mi abuela Justa, son muy interesantes más allá del tesoro familiar y afectivo que suponen. Unas hojas de poesías y dictados escritos por una joven de 14 años para ejercitar la caligrafía, con escritura inglesa cursiva, adornando con filigrana las mayúsculas, porque se entendía la escritura como un arte, el hacerlo con letra bella, artística y correctamente formada.
La buena letra era relevante en aquella época tanto para las relaciones familiares y personales, donde el genero epistolar era la base de las comunicaciones sociales, y también importante en el ámbito comercial donde una letra clara para el mantenimiento de los libros contables como para las comunicaciones que eran fundamentales para el buen funcionamiento del negocio. Por eso mi bisabuelo Leopoldo Sánchez Manzanero contó con ella para trabajar en la parte administrativa de su empresa de muebles.
Toda esa comunicación social y comercial, se realiza en estos tiempos de internet íntegramente desde el correo electrónico, whatsapp, redes sociales, etc.. función que es completamente operativa por su inmediatez y se ajusta al pragmatismo de estos tiempos pero el precio que hay que pagar es el final del arte de escribir a mano, el fin del oficio que en las manos de los monjes copistas de la edad media sirvió para preservar la cultura y civilización occidental hasta la invención de Imprenta en el siglo XV. Por esto el diario alemán «Bild», el más leído de Europa, publicó todos los textos de su portada escritos a mano para alertar sobre la «extinción» de la caligrafía. «Muere una parte de la cultura. Según un nuevo estudio, uno de cada tres adultos no escribió nada a mano durante el último medio año»
Actualmente en el colegio, la acumulación de tareas y materias sin duda hace que la caligrafía se enseñe en la educación primaria hasta que se aprende ‘a escribir’, y luego ya deja de formarse. Esto favorece poco el cariño y el cuidado de los escolares por la escritura, que pasa a ser una herramienta más en sus quehaceres y que poco a poco se va sustituyendo desde el uso de dispositivos tecnológicos, soy de los que piensan que en la enseñanza faltan más humanidades y bellas artes.
Tómense una pausa y cometan un acto revolucionario, envíen una postal o una carta a un amigo o un ser querido: como aquella que escribió Albert Camus después de recibir el premio Nobel a su profesor de primaria por sus enseñanzas, o, si los tienen, a algún enemigo, eso le desconcertará, pero háganlo de su puño y letra, con un simple bolígrafo o con pluma, tinta y papel absorbente. Recuerden que si ayuda a Dios, también la caligrafía ayudará al hombre a escribir recto cuando los renglones vengan torcidos.