José Antonio Peñafiel González

Jefe de Dptº. del Archivo Histórico Municipal de Mérida


Corría el año 1878 cuando, un 25 de agosto, se producía en Mérida un horrible crimen: un anciano matrimonio era asesinado en su casa con la única motivación por parte de los desalmados autores del robo.

Este doble asesinato, del que sólo conocíamos hasta ahora apenas unos hechos, se popularizó entre los vecinos como el Crimen del Faccioso. También Crimen de la Posada del Agua, aunque este nuevo sobrenombre se le aplicara con el trascurso de los años cuando, el lugar del asesinato, el nº 4 de la calle San Francisco, vivienda propiedad de las víctimas o bien del yerno de las mismas, Vicente Zambrano Casado , se convirtiera en parador de huéspedes en los primeros años del siglo XX.

De alguna versión que hemos leído o escuchado a lo verdaderamente sucedido hace ahora 146 años hay significativas diferencias; y no es que sepamos, como diremos, más de toda la trama, pues aún siguen sin conocerse muchos detalles; no obstante, gracias a una simple casualidad, hemos podido poner lugar y fecha al crimen, identificar a las víctimas, poner nombre a uno de los culpables cuya sentencia fue la pena de muerte y también, por último, saber el nombre de otras personas que fueron sospechosas o encausadas, incluso sentenciadas a alguna pena, sino capital, de larga condena.

Y decía casualidad porque lo que menos imaginábamos es que podríamos reconstruir tan terrible suceso partiendo del borrador de un informe que el ayuntamiento de Mérida pretendió elevar al Ministerio de Obras en el año de 1882. El informe, que daba cuenta de los trabajos en qué se habían empleado peones desempleados, hace a su vez una reflexión sobre el derribo del convento de San Francisco donde dice: se ha cometido un crimen por ser un sitio lúgubre y perfecto para las acechanzas, asesinándose a toda una familia.

Tras muchas incógnitas durante años, inmediatamente intuimos que se iba a tratar del mencionado crimen; demasiada casualidad para que en una población como Mérida y en fechas tan cercanas pudieran cometerse dos crímenes semejantes y en el mismo o en las inmediaciones del mismo lugar donde antaño estuvo la popular posada. Con lo que ya teníamos, además de la primera noticia documentada, una fecha mucho más precisa que aquella que se había barajado hasta ahora y calculaba el suceso en la última década del siglo XIX. El resto ha sido cuestión de ir tirando de un certero hilo para poner fecha exacta: un día de domingo, 25 de agosto de 1878, y precisar más el detalle del número de víctimas pues, y aunque no por ello menor desgracia, se referían sólo al matrimonio, y no a matrimonio, hija e incluso sirvienta como también se había dicho.

Ese domingo fueron asesinados el matrimonio formado por Francisco Romero Rodríguez y Carmen Picón Salguero, ambos de 70 años de edad, muertos a causa de asfixia por estrangulamiento en sus casas de morada de la calle San Francisco nº 4.

Dicho esto y antes de pasar a conocer mejor a las víctimas, diremos que por otras circunstancias, habíamos recabado datos sobre la condena a pena de muerte en Mérida, pero no su delito, de un reo, Joaquín Gutiérrez Izquierdo, ajusticiado en Mérida el 22 de marzo de 1882. Quién nos iba a decir que aquí teníamos al autor principal del terrible crimen.

Las víctimas

Francisco Romero Rodríguez era un hacendado natural de Badajoz, nacido hacia 1804-1807, de padre turolense y madre madrileña. Había servido durante la Primera Guerra Carlista del lado del bando de los tradicionalistas en oposición a los liberales con el empleo de capitán. En 1839 se había acogido al Convenio de Vergara , retirándose del conflicto y abandonando definitivamente las armas. Carmen Picón Salguero, era natural de Mérida, hija de Alonso Picón, abogado emeritense y de Catalina Salguero, natural de Arroyo de San Serván, todos de reconocida posición social.

El matrimonio residió durante un tiempo en Trujillo, donde les nació su primera hija, Ramona Romero Picón y se trasladan definitivamente a Mérida hacia el año 1840 donde nace su segundo hijo, Francisco José Romero Picón, del que sabemos moriría soltero en 1872 a la corta edad de 28 años por una enfermedad que no le permitió continuar con la carrera militar que tiempo atrás había comenzado, formándose inicialmente en el Colegio de Infantería de Toledo, tal vez siguiendo los pasos de su padre.

Se instalan primeramente en las calles Portillo y Berzocana, casas de las que eran propietarios junto a otra en la calle de Santa Eulalia arrendada, y en las que aparecen empadronados indistintamente hasta que, en el año de 1871, se establecen en la calle de San Francisco nº 4.

La hija mayor, Ramona Romero Picón, estaba casada con Vicente Zambrano Casado, natural y vecino de Mérida. Creemos que casó con edad avanzada y el matrimonio convivió en los primeros años junto a sus padres en la casa de la calle de San Francisco.

Desarrollo de los hechos

No ha sido posible localizar la Causa Criminal que en su día se debió seguir en los juzgados, primero de Mérida y finalmente en Sala de lo Criminal de la Real Audiencia de Extremadura. Según la consulta que hicimos en ninguno de ellos se conserva dicho expediente. Así pues, entender las circunstancias que llevó a sus asesinos a planear el robo y las posibles vinculaciones con el matrimonio, resulta muy difícil. La posición económica de los mismos, a pesar de no ser de las más destacadas de Mérida pero sí lo suficiente para distinguirse socialmente, sumado a su avanzada edad y vivir solos sin asistencia de personal de servicio, debió ser el atractivo que llamó la atención de sus asesinos y cómplices.

Tres días después del asesinato, el 28 de agosto, los hechos los recogía la prensa regional de la época como La Crónica, periódico independiente de Badajoz, y otras de fuera como La Correspondencia de España y La Paz de Murcia, que se hicieron eco de la noticia o parte de ella y de otras actuaciones judiciales posteriores, de tal forma que su divulgación alcanzó el ámbito nacional.

Lo que había escuchado nuestro insigne arqueólogo e historiador José Álvarez Sáez de Buruaga y que redacta en su obra Materiales para el estudio de la Historia de Mérida, está muy cerca de la realidad de lo sucedido salvo por las fechas, lo que ha tenido despistado a todo aquel que ha intentado documentar el suceso. Por otra parte, sólo le faltó dar los nombres de las víctimas y el de los autores. Tratando la década 1890/1900, dice: En esta década se cometió, según se me ha dicho, en Mérida, el “crimen del faccioso”. Era éste un aventurero honrado, que vivía con su mujer en la calle de San Francisco, frente a la puerta del mercado. Para robarle, unos criminales se reunieron en un sótano del Rastro y planearon el asesinato, que llevaron a efecto un domingo, antes de que el matrimonio saliera de casa, a misa de alba. Él se defendió con un arma antigua, pero fue asesinado con su mujer. Alguien había oído el plan y, por su ayuda, fueron prendidos los asesinos.

Observamos aquí algunos detalles de cómo se planeó el robo. Nada sabemos de cierto pero lo más probable es que hayan transcendido con más o menos rigor hasta nuestros días.

Basándose en lo anterior, bastante más extenso y novelado, lo narra José Rabanal Santander en https://www.youtube.com/watch?v=mJputj9c6Mo. En este caso el número de víctimas ha variado de 2 (el matrimonio) a 4, en los que incluye a la hija de los ancianos y a una sirvienta, todos cruelmente asesinados a cuchilladas a la vuelta de misa, sorprendiendo a los ladrones dentro de la vivienda o Posada del Agua en la que dicen se encuentran alojados. A este respecto sólo me cabe pensar, ignorando las fuentes utilizadas, si es que hubo un crimen posterior en el mismo lugar y con paso del tiempo las noticias, de uno y de otro, hayan quedado mezcladas.

Volviendo a las fuentes documentales, así lo contaba inmediatamente después del crimen, la Crónica, el día 28 de agosto de 1878:

El día 25 del actual se cometió en Mérida un crimen horroroso.
He aquí las noticias que hemos podido adquirir acerca de este asunto y que son las que de público se refieren en aquella localidad.
Vivían en Mérida D. Francisco Romero, que después de haber servido en las filas carlistas en clase de capitán se acogió al convenio de Vergara, y su esposa doña Carmen Picón: eran ambos de avanzada edad y, según opinión pública, disfrutaban de bastantes riquezas.

Dícese que en la tarde de dicho día y a hora de las doce y media a una, se presentó en la casa de los citados señores una mujer que estos habían llamado para el aseo de las habitaciones en que vivían, o sea las del piso principal (porque hay que advertir que no tenían criada). La referida mujer empezó a llamar, y no contestándole nadie, fue al piso bajo y le dijo a otra que lo tenía arrendado, lo que le acababa de suceder; subieron ambas, volvieron a llamar y, como el más completo silencio reinaba en las dos primeras habitaciones, únicas en que entraron, según parece, salieron de ellas, dieron parte a un vecino y este lo hizo al juez municipal, quien al entrar se encontró con el horrible cuadro siguiente:
El dueño de la casa había sido muerto por estrangulación, y según todas las apariencias, fue sorprendido en el lecho, puesto que estaba en ropas menores, encontrándose en la cama dos botones de ropa de color, la del difunto perfectamente doblada y al lado de ella estaba el revólver de la desgraciada víctima, lo cual hace sospechar que, o D. Don Francisco estaba dormido, o eran personas de toda confianza las que lo mataron, cuando las dejó llegar hasta su lecho sin hacer uso de aquel arma.
La esposa del Romero, que no debía estar en casa cuando se verificó el asesinato de éste, había sido también muerta por asfixia y ligada de pies y manos.
Se cree que al ser sorprendido el D. Francisco no se hallaba en casa Dª Carmen, porque a ésta se la encontró con mantilla puesta y porque se ha sabido por infinitas personas que dicha señora estuvo aquella mañana a ver su hija; creyéndose, además y la opinión facultativa quizás haya venido a confirmarlo, que el esposo fue asesinado primero.
Es, por tanto, probable, que los ladrones- y decimos ladrones, ya que las señales todas revelan que el asesinato se cometió para robar a las víctimas;- es probable, repetimos, que estuvieran en acecho para ver cuando doña Carmen salía y que al quedarse sólo el D. Francisco penetraran en la casa y consumaran parte de su doble crimen, acabando de perpetrarlo al regresar aquella señora.
Parece fuera de duda que los ladrones se llevaron el dinero que había en la casa, para lo cual tuvieron necesidad de levantar las tablas del baúl en que se supone estaba guardado. Refierese, además, que dejaron los papeles en que se hallaba envuelto, que eran cartas del D. Francisco, y que debieron lavarse en una porcelana que se encontró con agua sanguinolenta.
Por dónde entraron y salieron los ladrones es cosa que no se sabe aún; pero el juzgado ha detenido a la vecina del piso bajo y a la criada de ésta. De las demás disposiciones que haya tomado, ya comprenderán los lectores que nada podemos decir por estar la causa en sumario.

Apenas unas semanas después, el 6 de Septiembre, el periódico La paz de Murcia publica los mismos hechos, casi tomados literalmente de la Crónica.

Las primeras detenciones y persecución de un escapado

Ese mismo día, ya sabemos por la prensa que son detenidas para interrogar a la vecina del bajo y a su criada, de las que nada más sabemos.

Para el 12 de septiembre se habían efectuado cuatro detenciones de los posibles culpables del robo y asesinato. Estos fueron presos en la Cárcel del Convento de Jesús con una vigilancia especial: de día dos guardias urbanos y de noche, dos serenos. Se deduce por algunos oficios del Juzgado de Primera Instancia de Mérida que las detenciones pudieron ser bastantes hasta dar con los verdaderos culpables y autores materiales de los hechos. No volvemos a saber de ellos hasta un año después, el 19 de agosto de 1879, cuando van a ser trasladados a la cárcel de Badajoz para mayor seguridad y se citan sus nombres: Juan Cuéllar Alhajas, Vicente Márquez Martínez, Joaquín Gutiérrez Izquierdo y Santiago Mata, conocido como “avellano”.

Meses antes de este traslado, sin saber cómo, Santiago Mata había conseguido huir. Extraemos la noticia de La Correspondencia de España, diario de Madrid, del 26 de noviembre de 1878. Decía haberse autorizado venir a Madrid al cabo primero del cuerpo de la Guardia Civil de la comandancia de Badajoz, Genaro Iglesias, para perseguir y capturar a Santiago Avellán (a) Pintor, que en unión de otros tres habían asesinado en Mérida al matrimonio formado por Francisco Romero y Carmen Picón y que por fin lo habían capturado en la calle Doctor Fourquet, nº 9, de la capital de España.

De ser así que estas cuatro personas fueron presas, debieron permanecer un tiempo en la cárcel de Badajoz, cada una a la espera de cumplir con sus condenas respectivas, siendo parece ser la única pena de muerte la aplicada a Joaquín Gutiérrez Izquierdo, o al menos, la única ejecutada en Mérida.

El crimen, sin duda, tardaría en olvidarse ya que, cuatro años después, la prensa siguió pendiente al menos del sentenciado a la pena capital hasta que finalmente cumpliera con su castigo. El 16 de marzo de 1882, La Crónica publicaba el rumor que corría por la capital de la provincia sobre que, Joaquín Gutiérrez Izquierdo, conocido como El castellano, iba a ser conducido a Mérida para ser ejecutado por los crimines cometidos en Mérida.

Este rumor fue un hecho pues, para el día 19 de marzo, el reo había sido conducido a Mérida y puesto en capilla a la espera de ser ejecutado. La correspondencia de España recogía que varios diputados por Badajoz habían solicitado a S.M. su indulto. El mismo día, en la edición de la noche, se informa que el Sr. Sagasta, Presidente del Gobierno, anuncia al Diputado Demócrata, Sr. Aguilera, que había aconsejado a S.M. no lo concediera. Justificaba esta decisión a causa del horrible crimen que había cometido en Mérida además de que ya había sido indultado en otras ocasiones por otros delitos anteriores por los que debió cumplir muchos años de cárcel.

Ejecución de Joaquín Gutiérrez Izquierdo, el Castellano

La expectación en Mérida debió ser notoria, no sólo por lo inusitado, pues desde hacía años no eran frecuentes las ejecuciones públicas en la ciudad (dos en 1852 y una en 1863), sino también por el deseo de la familia, amigos y vecinos, de que se hiciera justicia.

La pena capital se fijó para el miércoles 22 de marzo (1882) a las 9 de la mañana. El día de antes ya se había levantado el patíbulo en el lugar elegido cuyo terreno fue necesario preparar previamente. Desconocemos dónde pero sospechamos cerca del cementerio municipal, que por aquellas fechas apenas llevaba en funcionamiento 14 años.

Como era la costumbre con los condenados a muerte, la noche anterior se le ofreció al reo una cena extraordinaria cuyo importe salió en principio del bolsillo del alcaide de la cárcel.

A la mañana siguiente, llegada la hora, el reo, maniatado y vestido con la hopa (especie de túnica) y birrete (simple gorro/a sin visera), es conducido en carro desde la cárcel, ubicada en lo que fue Convento de Jesús, hasta el lugar del patíbulo, custodiado durante todo el trayecto por varios hombres.

Allí lo esperarían las autoridades civiles, judiciales y eclesiásticas designadas, además de algunos vecinos curiosos y familiares. Ayudado a subir al tablado y sentado contra un poste por la guardia municipal con el cuello atrapado por el collar de hierro sujeto al mismo poste, tan sólo le queda escuchar su sentencia a muerte; el modo: garrote . El verdugo hace girar el tornillo que aprieta el collar o corbatín hasta estrangular a la víctima. La sentencia se ha cumplido.

De la ejecución sólo se han conservado algunos documentos con las cuentas de los gastos que supuso, de los que hemos deducido algunos de los detalles del proceso; y de la constancia de su muerte, la licencia de enterramiento en el Cementerio Municipal, en la que se dice murió de asfixia por estrangulación y sepultado por caridad en fosa común y de edad de 60 años, autorizada por el Juez de Primera Instancia de Mérida.

Estos fueron los gastos:

.- Para la construcción del Patíbulo se compraron al maestro carpintero Manuel Delgado 28 tablones de pino, clavos, etc. y los jornales de preparación del terreno de la ejecución, montaje del patíbulo y desarmar el tablado y conducirlo hasta la cárcel para otras ejecuciones 452 pts.

.- Al sastre Jacinto Santos Hernández, por el género traído del comercio de Prudencio Vinuesa, para la hechura del birrete y hopa para el reo, 47, 50 pts.

.- A Bartolomé Álvarez por el alquiler de un carro y caballería y a las personas que en el mismo carro condujeron al reo hasta el patíbulo, 80 pts.

.- Al alcaide Manuel Chacón por la alimentación extraordinaria al reo en capilla, 11,25 pts.

.- A Mateo Delgado, Jefe de la Guardia Municipal para el pago a Francisco Casado y otros tres compañeros por descender el cadáver del reo del patíbulo y conducirlo al cementerio 15 pts.

El lugar elegido para la ejecución no se menciona en ningún momento, sin embargo, sabemos por estos gastos que el cadáver fue bajado del patíbulo por cuatro hombres que lo condujeron a pié al cementerio, por lo que debió ser transportado en alguna rudimentaria carretilla, propia incluso del servicio del mismo cementerio, hasta depositarlo en una fosa en el suelo, lo que nos viene a indicar que la ejecución se practicó a no muchos metros de la puerta del cementerio.



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