Álvaro Vázquez y Monserrat Girón

Concejal y Concejala de Unidas por Mérida (IU-Podemos)


Sólo hay una cosa que no podemos hacer cuando hablamos o reflexionamos sobre política: olvidar la trascendencia que tiene en nuestra vida cotidiana. La democracia es una instrumento esencial en nuestras vidas, y esto porque nos permite disfrutar de una cualidad que de otra forma sería poco menos que una ficción, y que no es otra que la ciudadanía.

Nuestra condición de ciudadanos se traduce en el hecho de que como tales, disfrutamos de los derechos y libertades que la sociedad considera oportunos, según las condiciones y los valores dominantes de cada momento. La política te trata como una ciudadano, el mercado como a una mercancía, o en el mejor de los casos, como a un consumidor. Esa es la diferencia. No es poca cosa.

Nuestra sociedad ha tomado una decisión de la que creo que podemos estar orgullosos, hemos decidido aumentar los mecanismos que permiten garantizar el bienestar de sus miembros, y esto por derecho propio. La aprobación del Ingreso Mínimo Vital amplía la condición de ciudadano de tal modo que, a partir de ahora, la noción de ciudadanía y la garantía de las condiciones materiales de la libertad se encuentran vinculadas mediante un lazo más grueso, y esto porque la democracia no es solo para votar, sino también para comer.

Y no es poco. El azote del dogmatismo de la derecha ha puesto todo su empeño en culpabilizar a las personas del fracaso de las recetas que el propio neoliberalismo ha puesto en práctica. Ellos deciden y tú la pagas, porque –según ellos- el culpable eres tú; hasta el punto en el que no son pocas las personas que se avergüenzan de solicitar una ayuda, acudir a servicios sociales, o decir frente a otros que se encuentra en situación de desempleo. Culpabilizar a la víctima ha sido siempre una de las constantes de la derecha neoliberal.

Nunca he visto a ningún empresario avergonzarse por cobrar una subvención de la PAC, he trabajado durante años tramitándolas; nunca he visto a un consejo de administración renunciar a una exención  fiscal, a una rebaja de impuestos, y mucho menos a una amnistía fiscal.  Nunca he visto, que se preste tanta atención a estos casos, como el interés que se pone en criminalizar al pobre, al que cobra el PER, al que acude a servicios sociales.

No es una casualidad que las reacciones que  provoca la concesión de una ayuda dirigida a los que no tienen nada,  sea tan distinta a las que tienen lugar cuando se mejoran las condiciones de los que tienen de todo. Las primeras son poco menos que el alimento de la molicie y la canalla, a la que debemos vigilar ¡¡¡para que no se aprovechen!!!-nunca las migajas habían dado para tanto-; las segundas son la garantía de la prosperidad, la creación de empleo  y la construcción de una sociedad dinámica y moderna….

Es sencillo, se llama clasismo. En una sociedad clasista se te tratará según cuál sea tu posición económica, una valoración que por supuesto se encuentra íntimamente vinculada a los principios del mercado, a la oferta y la demanda y los dogmas que encubran a los que se benefician del mismo. No obstante, a la vista de los últimos acontecimientos, resulta más evidente que esa forma de pensar comienza a enfrentarse a  sus propias grietas, hasta el punto en el que la sociedad ha decidido reaccionar. Eso es el Ingreso Mínimo Vital. Un derecho que afirma tu condición de ciudadano y ciudadano, y por supuesto de persona.

El único requisito para estar en contra del Ingresos Mínimo Vital  es no necesitarlo, y el verdadero motivo para percibirlo es nuestra condición de ciudadanía, esa que obtienes gracias a la política, y no al mercado. Esa ciudadanía que solo es tal cuando  es tan ajena a los dictados de la oferta y la demanda, esa que solo vale  la pena cuando se aleja  de todos aquellos que solo miden a los demás por el tamaño de su chistera.   

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