Mérida Universal


Antonio L. Vélez Saavedra


Según la tradición cristiana el primer milagro de Jesucristo se produjo en Canaan, en una boda a la que acudió acompañado de su madre y discípulos. Dice la historia que el vino se acabó durante la ceremonia con el subsiguiente enfado y bajón de los invitados. Entonces Jesucristo dispuso que se llenaran 6 tinajas de agua de unos 100 litros cada una, y cuando fueron llevadas a los invitados, el agua que contenían se había transformado en un vino de tan buena calidad, que recriminaron al novio que no lo hubiera sacado desde el principio. 600 litros de vino.. más el que se acabaron antes, no cuenta el conocido relato como acabó aquella celebración, lo único seguro es que semejante milagro hizo ganar una gran fama al profeta. Eso de convertir un elemento tan indispensable como corriente como es el agua, en otro tan valorado y noble como es el vino, y al precio y número de catadores que tiene cada uno de ellos me remito, supuso una gran publicidad para el Hijo de Dios en sus inicios.

A lo largo de la historia muchos hombres de la santa madre iglesia, hasta Escrivá de Balaguer, han pasado al santoral por la curación de enfermos, ciegos o leprosos, milagros que también realizó Jesucristo, y lo de caminar sobre las aguas no estaba muy claro, porque resulta que en el mar de Galilea igual que en Proserpina había unos canchos metidos en el agua que.. en fin, que lo de convertir el agua en vino nadie ha vuelto a hacerlo, yo diría que es una de las más claras y multitudinaria prueba de la naturaleza divina del Mesías.

Pero también según el Cristianismo todos los seres humanos somos hijos de Dios, y por lo tanto herederos de su divina naturaleza. Y es por ello que también tenemos la capacidad de hacer algún que otro milagro, y concretamente uno bastante cotidiano, semejante en grandeza, aunque bastante más saludable que aquel de la boda de Canaan. Se trata del milagro de la licuación de las hortalizas, el más popularmente conocido como Gazpacho.

Los ingredientes son conocidos por todos: aceite de oliva, pan, vinagre, tomate, pepino, pimiento, y ajo. Con multitud de variaciones en los ingredientes y la receta que, básicamente, consiste en convertir las hortalizas en un liquido que según su densidad se toma en vaso o con cuchara. Hidrata y refresca, no engorda, es rico en fibra, vitaminas, minerales y grasas saludables de tal manera que nos hace resucitar cualquier día de calor de esos en los que Mérida se pone en modo Serengueti.

Y es que este plato estrella del verano es, junto con la paella, el más destacado de la gastronomía española y de la dieta mediterránea, que está reconocida como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Según los historiadores, el gazpacho formaba parte en su origen de la dieta básica del campesino, alimento fundamental para las largas y calurosas horas de trabajo en el campo. Ya en el recetario romano, e incluso en la Biblia se le hace referencia, aunque no tal y como lo conocemos en la actualidad. En un principio el gazpacho no llevaba verduras, solo pan, agua, vinagre y aceite, siendo muy consumido así desde la España musulmana, en la que se añadía ajo o almendras, el también veraniego Ajoblanco, que es más habitual en Cáceres, de donde procede mi familia materna, junto con el aromático y delicioso gazpacho de poleo y huevo, ambos sin tomate. Recuerdo que, curiosamente, el gazpacho con tomate se tomaba a la antigua, sin triturar ni majar los ingredientes, servidos en una sopa .

Pero el tradicional gazpacho, fue posible una vez que llegó el tomate desde América, domesticado y mejorado por los monjes e ilustrados de la época. Por cierto la palabra tomate, al igual que patata o cacao, son procedentes de América e incorporadas directamente al castellano desde la lengua de los pueblos americanos. Cultura de ida y vuelta, y sin duda que, más importantes que los manidos cargamentos de oro y plata, esos alimentos fueron decisivos para provocar el paso a la edad moderna de España y Europa.

En cada casa el gazpacho tiene su punto y su historia, y en la mía es que el gazpacho lo hace mi padre, al igual que lo hacía mi abuelo Antonio, y no es que tengamos una receta que se transmita entre generaciones, pero sí mucha pasión, anécdotas y curiosidades sobre este alimento, como las que contaba anteriormente. Es algo así como ir a ver los monumentos de Mérida con un guía, lo que hace la visita mucho más interesante. Mis hijos escuchan las bondades e historias del vitamínico caldo que les cuenta su abuelo y después al probarlo les parece el mejor del mundo, algo casi divino, un milagro cotidiano.

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