Rafael Angulo Sanchís

Periodista


Cuando era un chiquillo iba al Chamorro que estaba frente a la vía del tren en las Abadías y pedía pan. ¡Y me daban un pan!. No podías elegir, pedías pan y te daban pan. Cuento esto porque ahora vas al Lild, Mercadona, Carrefour y, para empezar, no pides, vas y lo seleccionas entre decenas de tipos de pan, grande, pequeño, mediano, con y sin semillas, de trigo, centeno, mezcla…de uno en uno o de varios en varios, en bolsa que escoges o incorporada. En barra o en pistola, de miga abierta o de flama, baguete o piña, chapata (chapata cristal), de viena o alcachofa, integral…ni les cuento. Como seas un poco meticuloso tardas una hora en elegir pan. Total, “pa pan”. Tampoco es Mérida ciudad con muchas panaderías en comparación con otras cercanas, de lo que deduzco que los Mercadona y compañía han hecho que desaparezcan panaderías tradicionales y, las que sobreviven, lo hacen aquilatando precios y calidad. De tal manera que existe una categoría “pan de pueblo” que lo expedían estas pequeñas panaderías pero que ahora también lo han imitado las tiendas grandes hasta el extremo de tenerlo no solo del pueblo sino de la abuela (del pueblo se entiende). Qué lejos quedan aquellas hornadas que conseguían que la identidad de un pueblo se encontrara en su pan (pan de Calamonte, pan gallego). Ahora, habrá un momento, ya está llegando, en que en Mérida habrá tantos tipos de pan que no habrá ningún pan de panadero. Y no es nostalgia del pan de antaño, cuyos recuerdos se mezclan con los maternos (¡aquel pan con aceite y azúcar que hacía mi mamá!) pues eran tiempos en los que había panes que llegaban directos al corazón, pero lo cierto es que la diversidad de panes no va acompañada de la calidad y de qué sirve tanto tipo de pan por la mañana cuando está duro a la hora de la cena. Y ni siquiera puedes decir “más vale pan duro que ninguno”.

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