Rafael Ángulo
Periodista

Al Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida le sobran internacional, teatro y clásico. Con Festival de Mérida ya nos entendemos. Hubo un tiempo que hasta lo apellidaron “Clásico greco latino”. Era cuando había que distinguirse de lo anterior.

Como empezó en 1933 con aquella Medea de Xirgu y Borrás y se interrumpió hasta el 53 o, mejor, hasta que en 1954 don José Tamayo con texto de don José María Pemán estrenó “Edipo” resucitando el teatro en Mérida y volviendo a ser el eje cultural de la ciudad y de Extremadura, (se pongan como se pongan), pues si las cuentas no me fallan (con a) este desastroso 2020 es nuestro octogésimo séptimo aniversario (con lo fácil que es poner 87) y creo que la 66 edición. Digo creo, yo que creo en pocas cosas pero muy arraigadas, porque está en el aire, en el aire, que este año el público fiel vaya contra viento, marea y virus a izar el pabellón y sentar las posaderas en el Teatro Romano. Espero y deseo que no se interrumpa lo que Cimarro hizo, que equivalía a la segunda resurrección tras las tropelías de los, ahora sí, anteriores; aquellos de las óperas chinas, las agresiones estéticas, la guerra no y las perfomances en pelotas (con lo sencillo que es poner desnudos) que casi nos arruinan a todos. Todo muy progresista. Por eso a Jesús Cimarro un respeto y una consideración. Y un agradecimiento, que es compatible con el hecho de que sea empresario teatral. Eso lo digo en el centro y en las barriadas. Porque revitalizar el Festival de Mérida es apostar por nuestro patrimonio singular y cultural desde hace 87 años. Es un acontecimiento anual (histórico) sobre el que gravita la vida de Mérida cultural y económicamente, repercute en todo el tejido productivo y directa e indirectamente sobre toda la Augusta Emérita pues incentiva a la sociedad con su impacto económico. Impulsa a Mérida y a los emeritenses. Es nuestra seña de identidad cultural. Marca de la casa. Y la cultura hace bien a la salud y al espíritu. Se pongan como se pongan. Hasta a la naturaleza hace bien la cultura. Mérida sin su Festival es un corazón al que le fallan sístole y diástole, un corazón que no late bien y, con él, nuestra vitalidad. Por eso, aunque sea de otra forma, como la vida es solucionar problemas, ojalá tengamos cultura en verano, aunque sea por tercios; ojalá la pandemia no nos haga parar la edición del 2020, que el aire, del aire, bajemos al Teatro, al teatro (Romano).

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