Rafael Angulo

Periodista


Corría 1970 y uno, que era un chiquillo, al salir del recién trasladado Instituto Santa Eulalia se iba al descampado cerca del Cuartel (de los Soldados) para jugar al fútbol. Angulo, Ariza, Barbosa, Briz, así por orden alfabético, Calderón, Castaño…Olivera…, menuda tropa la de aquella generación de emeritenses de provecho (menos este juntaletras) que aún hoy, jubilados algunos, seguimos por nuestro pueblo. Quien llegaba primero al “descampao” elegía campo y la cosa tenía su importancia pues el terreno estaba en cuesta y corrías el riesgo de que el balón terminara allí abajo, en el Silo. Y detrás del Silo la nada, pues Mérida terminaba allí delimitada por las vías del tren (que aún hoy entorpecen el urbanismo emeritense, total para la mierda de trenes que tenemos) y el “Hernán Cortés” con su garita suicida por el otro.

En el Silo aquel pasaban cosas, entraban y salían vagones cargados de trigo y descargados de grano, transitaban camiones entre las vías del tren (hoy, memoria del no-tránsito) y el apeadero de mercancías y de sacos de cereal donde se elevaba un polvo, vertical como el Silo, impregnando aquel extremo de la Argentina de una nieblina de película en blanco y gris. Como nos dedicábamos a dar pelotazos no sabíamos que allí abajo, en el Silo aquel, entre los chirridos del elevador y los vaivenes de su báscula, estaba un edificio singular, modelo de arquitectura industrial y referente del patrimonio de la ciudad (esto me lo han contado entre Antonio-Augusto Vélez y el incansable y trabajador Antonio Amores). Pero los del Instituto, para olvidar a doña Alicia nos enfrascábamos en regates y remates y apenas percibíamos la monumentalidad del granero aquel, por lo visto catedral del siglo XX y cosa singular donde las haya; nosotros estábamos a lo nuestro en aquella Mérida de resquebrajados silencios, que sí era industrial y donde el Silo (aquel) era una pieza más de actividad pujante, gracias a las empresas de don José Fernández López (Matadero, Corchera, Granja Céspedes), la fábrica de cervezas El Gavilán o Cepansa (en cuyo equipo acabaron jugando algunos del descampado). Ahora me dicen que el Silo no se toca, que siempre tiene que ser público (como si eso fuera garantía de algo) y que es imagen de la ciudad. La disyuntiva para ARO es doble; o se hace algo ipso facto (inmediatamente) o motu proprio (cuando le salga). Me temo lo peor: ¡que siga igual!.

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