Asociación Amigos de Mérida


 

El amor es solo cuestión de química. En el sentido más científico, se reduce este a la emisión de ciertas sustancias bioquímicas en el cuerpo y la transmisión de impulsos eléctriconerviosos. Es esta una teoría sobre el enamoramiento que quizás no complazca a quienes se han enamorado alguna vez de una sonrisa, de la gracia en el andar o de la manera de atusarse el pelo.

Es cierto que considerar el amor como un proceso hormonal puede explicar la formación de parejas tan perfectamente felices como absolutamente disparejas. Nos enamoramos de alguien más allá de de los defectos que tenga como persona. Cualquiera puede quedar prendado del más feo rostro, el más contrahecho cuerpo o el más mezquino corazón. La bioquímica no entiende de ninguno de los ámbitos de la belleza y puede así superar el desajuste mental que supone la aceptación de tales parejas imposibles.

En todo caso, supongo que la química del amor no se encuentra restringida entre los seres humanos. No son pocos los enamorados de una ciudad.

Quizás por costumbre, quizás por eso que dicen que el roce hace el cariño, o puede que simplemente por bioquímica, es fácil enamorarse de Mérida. Como jóvenes amantes, sufrir y disfrutar de la descarga de endorfinas cuando se acerca el verano, insinuantemente vestido de un refrescante Festival de Teatro, o la primavera, con un sobrio y sereno desfile de Semana Santa. En cualquier otra fecha siempre hay ocasión de estrenar vestido y dejarse llevar por los sentidos: picardía en carnaval, clásico en la «fiesta romana», roquera o pop en septiembre o calentita en Navidad.

Como toda relación, en ocasiones hay momentos de crisis en los que deseas que el otro cambie, que sea de otro modo: más grande, con más servicios o comercios, más cosmopolita, más joven o más señorial… pero es una ilusión, la ciudad es como es, del mismo modo que sus habitantes son como son.

En la adultez, el amor se serena y profundiza. Conoces los defectos del otro. Mérida carece de mucho, del orgullo de saberse la capital de la Comunidad; de la memoria de un tiempo que la hizo capital del reino y la diócesis, capaz tanto de resistir asedios y conquistas como de decaer a apenas un pueblo pobre y sin recursos; de reconocer el lugar privilegiado en el que se encuentra como nudo de comunicaciones; de determinación para alzarse en el ámbito científico, educativo o empresarial; o de un proyecto que la eleve como zona metropolitana de la comarca.

Nada de esto le hace perder el encanto embriagador de ser la coqueta joya reluciente que se sabe dueña de su destino y de los corazones de quienes la aman.


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