Antonio Luis Vélez Saavedra



En una Roma desierta de un Ferragosto cualquiera…

Así comienza la película La Escapada de Dino Risi, con un vividor (Vittorio Gassman), buscando un teléfono por Roma en verano para realizar una llamada. Por casualidad se encuentra con Roberto, un joven estudiante de derecho tímido, quien le permite utilizar el teléfono de su casa. Ahí comienza una relación que les acaba llevando en descapotable desde las carreteras de la costa del mar Tirreno hasta la Toscana. Un carpe diem hedonista, en un trayecto que se iguala al de la propia vida, que transcurre a una velocidad que apenas permite pararse a pensar.

El 15 de Agosto en España es un festivo de carácter religioso que se corresponde con la asunción de Santa María, su subida a los cielos, pero en Italia es una celebración laica popularmente conocida como Ferragosto, de la locución latina Feriae Augusti (vacaciones de Augusto), una festividad instaurada por el emperador Augusto en el año 18 a.C, como parte de las celebraciones en esa época del fin de las labores agrícolas. Y al igual que en el tiempo de los romanos pasa en la actualidad, y agosto sigue siendo sinónimo de vacaciones, símbolo de la aspiración social al dolce far niente, y causa de los éxodos masivos hacia los lugares de playa.

Y es que, del mismo modo que Emérita Augusta fue una ciudad de interior creada para el retiro y solaz de los legionarios romanos, ahora los lugares de descanso por antonomasia son las playas, y en lugar de legionarios, de un tiempo a esta parte nos denominamos turistas. Porque realmente el destino playero es objeto en esta época de una auténtica invasión, en el que hordas armadas de sombrillas y sillas participamos en una batalla por tomar, como si del desembarco de Normandía se tratase, cada metro de playa. Ahí hay un hueco, mientras apretamos el paso en la arena ardiente para llegar antes que los que también han fijado ahí su objetivo, y clavar nuestra bandera/sombrilla para rápidamente ponernos a la sombra y untarnos de la pegajosa crema solar, sustituta de las pinturas de guerra de aquellos legionarios. Y de ahí se pasa a avanzar entre el estrecho laberinto de sombrillas, sortear a los de las palas y a los del balón y la última barrera de señoras con sillas en la orilla, para llegar por fin al agua y comprobar que este año está bastante más fría que de costumbre y con el mar por los tobillos plantearse el dilema existencial de si bañarse ya o esperar a tener algo más de calor. Vuelta a la sombrilla.

Además el boom de las redes sociales y el inevitable postureo que le acompaña ha potenciado esa imagen idílica de nuestras vacaciones, de esa aspiración atemporal por escapar de la rutina del día a día y del futuro incierto, para salir en la búsqueda de ese paraíso soñado. Pero como es sabido todo paraíso tiene un reverso tenebroso, en este caso de atascos de tráfico, mil vueltas para aparcar, precios por las nubes, picaduras de mosquitos, o colas en el chiringuito hasta donde alcanza la vista. Una imagen que bien mirada, más que un paraíso se parece más al séptimo circulo del infierno de Dante.

Y mientras todo el mundo abandona las ciudades, son ellas las que en realidad toman vacaciones y descansan, del trajín del tráfico y del ruido del los que las habitan, tan solo alguno como Nani Moretti en Caro diario, balanceándose y paseándose por las calles en su Vespa, perturba esa tranquilidad de la ciudad, vacía en pleno Ferragosto.

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