«Asociación «Amigos de Mérida»


Muere un junio ataviado de olas. La enésima de un Covid que nos recuerda día a día que está aquí para compartir el planeta con nosotros. La primera de este año de un calor sofocante.

Nace julio alzando el telón de un Festival Internacional de Teatro Clásico, en su 68º edición, que no para de crecer. Aquella solitaria representación de Medea, en versión de Unamuno, en un lejano 1933, ha dado luz a un festival que cada año revive durante julio y agosto y que se extiende dentro y fuera de Mérida. A las ya habituales sedes de Medellín, Regina y Cáparra, se suma la capital del reino que, como todos sabemos, no tiene teatro romano; aunque no le hace falta para acoger varias de las producciones mejor valoradas por el público emeritense. Cabe destacar en la oferta madrileña la original 50.000 pesetas, emeritense de principio a fin, que relata el origen de nuestro vetusto y cada año renovado, Festival. En lo doméstico, a las representaciones en el teatro y a las múltiples actividades repartidas por la geografía emeritense (Augusto en Mérida, conferencias, exposiciones…), se incorpora el recientemente inaugurado Teatro María Luisa, que acogerá cinco obras que complementan la oferta oficial y que, esperemos, calen en el público emeritense.

El Festival de Teatro es el alma de la Mérida estival. Emana de los recalentados asientos de granito romano y llena el aire, las calles, escenarios, comentarios y corazones de toda la ciudad. El aviso “Señoras. Señores. La representación comenzará en cinco minutos” se cuela por las ventanas abiertas durante la noche por el calor. La música, las voces declamadas por los lejanos actores, desembarcan en las calles tranquilas, en las terrazas de los bares, en el corro vespertino de vecinos sentados en la calle, y Melpómene y Talía, musas del teatro, se apoderan de la ciudad. Bajo su influjo comprendemos que todo en la vida es teatro. Que más allá del umbral de nuestra morada, se simbolizan juegos travestidos de poder para elegir a nuevos césares que regirán nuestras cada vez más diversas vidas. Vidas que necesitan de poesía para sobrevivir en un mundo cada vez más ajeno a la verdadera belleza y de sabiduría para crear, como Minerva, un legado que nos aleje de la tentación de separarnos del mundo, cual misántropo. Que estamos cansados de danzar al son que nos marcan ciertos mercachifles y deseamos tirar del hilo que nos saque de nuestra soledad y nos haga libres, venciendo el miedo a morir cada noche, imaginando relatos que nos eleven sobre lo vulgar. Y, sin duda, que el mundo es comedia, engaño, risas, desengaño, equívoco, música y enamoramiento.

Dejémonos llevar por las musas en estas calurosas noches de verano.

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