Rafael Angulo Sanchís

Periodista


Siempre veo en Navidades “Que bello es vivir”, la memorable película de Frank Capra protagonizada por James Steward y con el ángel de la guarda Clarence de entrañable acompañante. Vale, pues este verano ya pasado, estamos a finales de septiembre, me la he puesto dos veces. Es una lástima que entre las cosas que me pusieron en el hospital a través de dos vías venosas (lo repetiré: las enfermeras), ninguna fuera un chute de optimismo y pensamientos positivos. Eso no se inyecta, eso se trabaja. Lo escribo convencido de que la ilusión y la alegría cambian nuestro cerebro, contribuyen a nuestra felicidad y, por lo tanto, al sentido que le damos a la vida. Convencido estoy, gente muy cercana me ayuda a ello, que la felicidad no es lo que nos pasa sino cómo interpretamos lo que nos pasa. La alegría de vivir pasa por la voluntad, sí, porque en la vida he visto que se llega más lejos con la perseverancia que con la inteligencia (anda que no hay gente lista que se queda en el camino).

La constancia de sumar un momento y otro momento es la que hace que se consigan metas. Pero, para la alegría de vivir tendríamos que olvidarnos del pesimismo social imperante (y más entre los que somos de derechas, tendencia en vías de extinción), del catastrofismo, las malas noticias y el relegar lo agradable de la vida. Estoy hasta la trócola (sutil metáfora) del “todo va mal” cuando ciertamente lo que veo es bien distinto. Y, para eso, no hace falta que te pongan un marcapasos. Urge dar buenas noticias (abstenerse pues de ver informativos) y no subrayar récords negativos. Positivo, siempre positivo, para estar sanos. Y huir de los cenizos, eso que llaman “personas tóxicas” acercándonos a “personas vitaminas”.

He escuchado que la felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace (Marian Rojas Estapé: “Como gestionar las emociones”) y que el noventa por ciento de las cosas que nos preocupan nunca suceden, pero nosotros las sufrimos como si estuvieran sucediendo. Por eso no es baladí la recomendación de la meditación diaria como consejo para una vida feliz; a eso, nosotros los católicos lo llamamos oración, y tiene un efecto espiritual y corporal pasmoso. Y a la que no hay que confundir con darle vueltas a la cabeza a los problemas. Pero ayuda, también, a lo que decía Voltaire: “He decidido ser feliz porque es bueno para mi salud”



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