Rafael Angulo

Periodista


Si por la caridad entró la peste por la tontuna el camalote. Hete aquí que un calabazón o metelinense (nota bene: dícese del oriundo de Medellín) se hartó del jacinto bonito que tenía en casa y lo tiró al viejo río Anas allá por las vegas altas. Fue caer el puñetero nenúfar y empezó a reproducirse como si no tuviera otra cosa que hacer; ya lo decía el santo: Dios perdona siempre, el hombre a veces, la naturaleza nunca. Y jodiendo, jodiendo bajó hasta la bimilenaria capital de lo que va quedando y aquí acampó en sus anchas y superficiales láminas de agua turbia (que no turbulenta) resistiendo impertérrito los cuantiosos miles de euros que empezaron a poner el Ministerio, Junta, Diputación, universidad y ayuntamientos, euros que en gasto inútil casi alcanzan al récord de la Memoria Histórica, esa bien pagada (e infructuosa) búsqueda de huesos de la mitad de los muertos de una incivil contienda.

Pero no va por esos caras la cosa este lunes: hoy les traigo una primicia mundial (y gratis) para combatir esta plaga camalótica (ojo, porque camalote y camaleón dan lugar a equívocos, parecen de Ciudadanos), un remedio investigado científicamente por mi cuñado Alfonso tras años de estudiosa observación de la naturaleza y sus canales temáticos. Ahí va la noticia: al hipopótamo le encanta el camalote, lo devora con fruición, es capaz de comer dos veces (como Domingo y yo los viernes) con tal de quedar bien en su ambiente. O sea, que solucionado el problema. Se traen a la altura de Cantarranas unos 10 hipopótamos y ya se encargarán ellos de erradicar al camalote, totalmente. En línea a la gratuidad y coste cero de la medida los hipopótamos se pueden intercambiar enviando a África los vencejos que se están cargando el puente de la autovía, por supuesto acompañados por sus ecologistas de cabecera (hay más que vencejos). Supongo que ARO declarará Mérida sede del Día del Orgullo Hipo, y su bandera ondeará sobre nuestra Plaza y sus presuntos kioskos. De nada.

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