Fran Medina Cruz


La violencia y su manipulación, ya sea en el ámbito político o militar, es un tema de profunda ocurrencia sobre la sociedad contemporánea. A menudo, observamos cómo los Estados manejan y maquillan estas formas de violencia en función de sus intereses, y este comportamiento revela una hipocresía alarmante. La forma en que los gobiernos abordan y justifican la violencia depende en gran medida de si el agresor es considerado un aliado, un adversario o una entidad a la que no pueden ignorar por motivos estratégicos.

En el contexto de la política, es sorprendente cómo los Estados pueden justificar o minimizar la violencia cuando proviene de un aliado. Esta doble moral socava la integridad de las políticas internacionales y crea un ambiente en el que los crímenes de unos se pasan por alto mientras se condenan los de otros. La política de pactos y acuerdos puede ser un instrumento poderoso para ocultar la verdadera naturaleza de la violencia ejercida por los aliados, ya que los Estados tienden a evitar criticar públicamente a aquellos con los que tienen relaciones estratégicas.

La violencia bélica también es objeto de manipulación por parte de los Estados. La guerra, una de las formas más extremas de violencia, se justifica o se critica en función de los intereses nacionales y de las necesidades estratégicas de los Estados. Esto se traduce en una narrativa cambiante que puede oscilar desde la defensa de la democracia y los derechos humanos hasta la preservación de la seguridad y el equilibrio de poder. La facilidad con la que el discurso político y mediático puede dar un giro completo en función de los objetivos estatales es alarmante.

Esta manipulación de la violencia y la ética en la política y la guerra socava la confianza en las instituciones internacionales y debilita el tejido moral de la sociedad. La falta de consistencia en la condena de la violencia debilita la credibilidad de las naciones y hace que sea difícil abordar de manera efectiva problemas críticos, como los derechos humanos y la paz mundial.

En conclusión, la crítica a la violencia, ya sea política o militar, es esencial para mantener un sentido ético y moral en las relaciones internacionales, propuesta que atenta a las verdaderas intenciones internacionales y sus gobiernos. La doble moral y la manipulación de la violencia socavan la confianza en los Estados y las instituciones internacionales, lo que a su vez dificulta la resolución de conflictos y la promoción de la paz y los derechos humanos a nivel global. Es esencial que la sociedad y la comunidad internacional sean críticas y vigilantes ante estas prácticas, promoviendo un enfoque más coherente y ético en la forma en que se aborda la violencia en el mundo. Desgraciadamente la sociedad que la sufre, es considerado actor secundario y apenas participa de las decisiones de sus gobiernos, eso sí, son las principales víctimas en toda contienda y de todo resultado político.



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