«Asociación Amigos de Mérida»


A plena luz escondida tras el brillo de la historia y monumentos, cimentando la elegante parafernalia de ocio y turismo, se encuentra otra Mérida, real, cotidiana, tangible que apaga el despertador antes del amanecer, que cierra los ojos mucho después de descansar el sol.

Vecinos de toda la vida que sacan sus sillas a la calle al atardecer, un charlar agradable al relente para comentar los grandes acontecimientos del día, aquel que se accidentó con la moto, la pareja que por fin quedó encinta, el que encontró un nuevo trabajo, el que tristemente lo perdió…costumbre Antigua que perdura en el barrio.

Vidas que hace medio siglo arribaron a una Nueva Ciudad, de amplias calles y escasos servicios, con todo por hacer, una oportunidad exquisita para cerrar un siglo amargo.

Calles de perfecta cuadrícula que se llenaba al amanecer de monos de trabajo dirigiéndose a las fábricas, todavía en funcionamiento, de una desaparecida Mérida industrial.

Ahora reciben jubilosos a los nietos, en pisos habitados por la soledad y los recuerdos, con abiertas escaleras donde el del cuarto y la del segundo compartían sus penas y alegrías, donde el turno perdido por el trabajo para arreglar el porche lo cubre la viuda que cuida de los nietos pequeños.

Porches que hace años se cerraron por miedo a jóvenes incívicos y que habitan solo macetas bien regadas deseosas de un rayo de sol.

En Tres Casas o un Barrio cualquiera, a la orilla del río, a la vera de un pozo, manos encallecidas recogen una escasa cosecha en el huerto aledaño a la vivienda familiar, suficiente para una ensalada o un guiso en la olla a presión, para alegrar la visita de los hijos, ya cuarentones.

Alejados del bullicio de turistas, disfrutan de la tranquilidad de vivir en un pueblo a escasa distancia de centros de negocios, funcionales oficinas y museos.

Un pueblo de calles donde la gente se mira sin miedo a los ojos al saludar “buenos días”, “buenas noches”, “¿cómo se encuentra tu hermana?”.

Pueblos dentro de la ciudad que disfrutan de “su feria” de barrio, con tres atracciones para los niños y una barra donde refrescarse y pedir un montado o unos pinchitos.

Donde el ensordecedor ruido del equipo de música acalla ante las actuaciones del grupo de música del vecino del quinto, de la niña del de la esquina, de la agrupación vestida de extremeña que canta el candil.

Hay otra Mérida más allá de Mérida. Emeritenses de Calamonte, Mirandilla, Alange, Esparragalejo o Trujillanos.O calamonteños, zarceños, arroyanos y torremejienses de Mérida.

Con apenas un café en vena ya tienen a los niños vestidos y desayunados para llevarlos al colegio en Mérida. Después aprovecharán las extraescolares para comprar aquello que no encuentran en el pueblo.

No podrá faltar, de vez en cuando, una cerveza con los amigos de toda la vida alrededor de la Plaza de España o el arco de Trajano.

Se saben emeritenses, más allá de donde se encuentre su domicilio.

Hay otra Mérida. La Mérida escondida a plena luz.

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