Rafael Angulo

Periodista


Lentamente empezaban los 70 y los chavales de las Abadías bajábamos al Puente de Hierro para bañarnos en el Guadiana y lanzarnos al agua desde “La Millonaria”, pilastra donde los ferroviarios nos habían puesto una plataforma de madera desde la que nos sumergíamos en la poza, ahondada en el río para no partirnos la crisma, aunque alguna se partió al hocicar fuera de sitio. Entre Pancaliente y la Millonaria el Guadiana tenía cierta profundidad, tanta que se atravesaba en barca y, para eso, estaba Tomás el barquero entre otros profesionales del remo y el equilibrio; de la Millonaria hacia abajo el viejo Anas se tornaba plano, tanto que se podía cruzar a pie, sorteando, eso sí, las cacas de vaca que campaban a sus anchas flotando en superficie mientras, ajenos a la higiene, los bóvidos estaban en el medio, tan frescos ellos. Claro que entonces no había biodiversidad, ni medio ambiente ni camalote: las vacas eran vacas, los chiquillos, chiquillos y la Millonaria endulzaba las espinas de la vida con sus chapuzones. Fernando Delgado atribuye el nombre al sobrecosto de esa pilastra por sus dificultades en sustentación y asentamiento, tanto que hubo que ponerle una base especial para fijarla bien. Si lo dice mi hermano mayor eso va a misa y que se quite de en medio cualquier google de la vida. También cuenta el Cronista de Mérida que la prueba de carga del puente y sobretodo de la pilastra, la hizo el bisabuelo de Chema Alvarez Martínez (otro Cronista, tenemos un lujo en este elenco emeritense) William Finch Festherstone montado en una locomotora que comandaba 20 vagones, pero él sólo con sus hijos para transmitir la seguridad del puente. Y seguro lo es porque ha combatido las avalanchas del Guadiana sin inmutarse, cosa que los otros puentes no han podido.

El puente, sobre diez pilastras de piedra, salva el vallecito del Guadiana metros antes de la desembocadura del Albarregas que bajaba, cuando bajaba, enturbiado por el papelote, pasta gris del papel sobrante en la Papelera de mi familia. Río abajo, en lo que hoy es ferial estaba el basurero de Mérida y escombrera milenaria (por lo que allí se podía encontrar). Y, sin embargo, no recuerdo poner peros a bañarnos desde la Millonaria pese a la cochambre que la circundaba, en aquellos tiempos de ranas, higos chumbos y primeras novias por la Alcantarillla Romana, lugar de besos donde reside la memoria de la infancia. El puente de hierro es puente sobre aguas lentas a diferencia del “Bridge over troubled wáter” que Simon y Garfunkel cantaban en 1970 y que escucho mientras escribo, ese puente que alguien que me quiere despliega sobre aguas turbulentas cuando llega la oscuridad y me envuelven las penas.

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