Antonio L. Vélez Saavedra


Gerald Brenan fue en pocas palabras un inglés enamorado de España, un cronista que nos ofreció una visión desoladora pero a la vez entrañable de lo que fue el siglo XX en nuestro país.

Sin duda el primero de los reconocidos Hispanistas procedentes de las islas Británicas, antes de los Hugh Thomas, Ian Gibson, Paul Preston, o Raymond Carr, por citar a los más relevantes, extranjeros que conocieron y, sobre todo, entendieron nuestro país mejor que nosotros mismos.

Y de entre ellos fue Gerald Brenan el que más se integró en las costumbres hispanas, ya que tras su participación en la Primera Guerra Mundial y con su pensión de excombatiente se convierte en un vecino más de Yeguen, pueblo de la Alpujarra granadina, donde era conocido como Don Geraldo, allí escribió su libro más conocido Al Sur de Granada, y allí pasó buena parte de su vida dedicado principalmente a escribir libros sobre la historia, y la cultura de España, como El laberinto español donde intentó analizar las causas de la Guerra Civil. Pero el que nos trae a esta columna es el de La Faz de España, libro de viajes por la España de los años 50 donde Brenan hace un relato de su paso por las ciudades y paisajes del sur de nuestro país, mucho antes del boom turístico, entre el viajero apasionado por España y el hispanista profesional.

El capítulo que dedica en su libro La Faz de España a Mérida es bastante amplio, y habla de su visita a Sta Eulalia, o a las ruinas romanas, como el Teatro, el Puente, o la presa de Proserpina, pero también de su estancia y sus encuentros y amplias conversaciones con las gentes de la ciudad, incluida una descripción maravillosa del río. En resumen se trata de la más extensa e interesante descripción junto con la famosa de Larra de la ciudad por un viajero, sin ningún desperdicio hasta conseguir en conjunto una fotografía muy ajustada de la Mérida de la época, y uno de los mejores capítulos del libro, probablemente en parte por la influencia de la primavera que despuntaba en su visita, según sus palabras: ‘esa estación irreal cuando la Naturaleza pone sobre estas tierras calcinadas por el sol un breve acertijo’.

Pero seguramente lo más destacable de la narración se encuentre en su extensa descripción de la iglesia de Sta María, transcribo un fragmento de la misma:

‘..Las ventanas pequeñas cuadradas y con barrotes, están situadas muy altas, justo debajo del techo, de tal modo que la luz entrando desde arriba, revela la configuración general de las paredes y bóvedas, pero deja debajo una penumbra que satisface a los sentidos. Aparte de esto uno contempla con un deleite especial las altas y muy juntas columnas de suave granito, que puesto que solo tienen capiteles rudimentarios, pueden seguir hacía arriba sin ningún problema para los ojos hasta que se abren como los pétalos de unos lirios en las tres acanaladas hojas de la bóveda de piedra. Todas las proporciones del edificio han sido diseñadas para satisfacer.. no apretadas, juntas en una alta y estrecha nave como la mayor parte de las iglesias góticas francesas e inglesas, sino dando alrededor de uno una sensación de espacio y de circulación del aire. Así pues, aunque modesta en su escala, esta iglesia me sorprende como la más hermosa que haya visto en mi viaje, a excepción tan solo de la Mezquita de Córdoba.’
Me parece, más allá de las consideraciones de mayor profundidad histórica que pueda ofrecer la Concatedral en futuras prospecciones arqueológicas, una bella descripción de Santa María, el de una sorpresa para el visitante y un tesoro escondido para muchos emeritenses.

También realiza alguna reflexión sobre los orígenes históricos de la ciudad:

‘En la Lusitania faltaban ciudades y su economía era más pastoral que agrícola .. En consecuencia Mérida fue construida por Augusto para ser su capital y centro administrativo. Su propósito inmediato era proporcionar hogares y pensiones para veteranos: su propósito más a largo plazo era desarrollar toda la región y educarla en las artes de la paz y la civilización. Por esa razón fue edificada rápidamente sin reparar en los gastos ni en sus perspectivas puramente económicas, uno puede llamarla un gigantesco despliegue propagandístico, proyectado para impresionar a los pastores nativos con la grandeza de Roma y las ventajas de aceptar la forma de vida que ofrecía el Imperio’

Sus descripciones van más allá del testimonio de cualquier turista habitual, y nos regala una reflexión propia de un viajero culto, no por casualidad formó parte del Círculo de Bloomsbury, al que pertenecían un conjunto de intelectuales británicos que durante el primer tercio del siglo XX destacaron en el terreno literario, artístico o social, como Virginia Woolf o JF Keynes.

Seguramente unas de las referencias literarias sobre Mérida más universales es esta de Gerald Brenan, que aunque no tiene placa conmemorativa de su visita a la ciudad, si que tiene su calle en Mérida, para más señas en el Barrio Bizcocho aunque curiosamente no tiene su nombre bien escrito, seguramente se puso cuando no sabíamos tanto inglés 😉

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