Rafael Angulo
Periodista
Se atribuye a Pelín la teoría de “Las Tres estaciones de Mérida” viejo paradigma que consiste en reconocer que en la Bimilenaria solo hay tres estaciones: invierno, verano y la estación del tren. Hoy en día refuto esa tesis porque inexorablemente los datos nos dicen que solo hay dos estaciones: invierno y verano. Pase que la primavera y el otoño pasen tan fugazmente que ni existan, pero lo de la estación sí que es una pasada. Los trenes alcanzan el récord histórico de llegar más tarde que hace un siglo (como lo oyen). Todavía me acuerdo cuando el mes pasado andaban perdidos por la estación de Mérida algunos pasajeros que hace dos horas debían haber llegado a Badajoz, pero el Alvia Madrid Chamartín-Badajoz fue llegar a la capital de Extremadura (ustedes me entienden) y dijo que de aquí no se movía. Parose el convoy (argot ferroviario), se abrieron las puertas y se les recomendó a los viajeros que se busquen otra manera de seguir el trayecto o que esperen a la siguiente diligencia (digo yo). La diligencia aún no había llegado. Los de Renfe (Madrid ministerio) a la diligencia la llaman “plan alternativo por carretera”
Técnicamente se le denomina a eso estar changado pero los directivos de Renfe, que son más cachondos, le llaman “avería por tracción”. El caso es que es la segunda avería el mismo día pues el tren partió de Madrid con 70 minutos de demora por “una incidencia técnica”, otro “changao”. A los viajeros los cambiaron a otro tren del que se sospecha que lo sacaron de un museo del ferrocarril o de los devueltos por Cuba. Eso es una odisea romana. Como detalle del ministro Puente (sobre aguas turbulentas) a los afectados se les ha repartido agua e incluso pueden pedir la devolución del importe del billete. Sencillamente enternecedor y más con la temperatura que hace.
Dice Pelín que, a este buen hombre, vamos a darle presunción de inocencia, cada día se le está poniendo cara de Erich Von Holst que hizo un experimento con peces de río: le extirpó a un pez la parte del cerebro que controla las relaciones con los demás; cuando el pez se lanzaba en una dirección no se giraba para comprobar si los demás lo seguían, iba disparado. Los otros peces lo interpretaban como una gran seguridad, capacidad de decisión y lucidez y seguían al líder descerebrado
El pez operado veía, comía y nadaba como sus congéneres normales, y lo único que lo distingue de estos es que le da perfectamente lo mismo apartarse del banco sin que nadie lo siga. Lo que le falta es la vacilación y la preocupación del pez normal que por mucho que desee nadar en una dirección determinada, en cuanto ejecuta los primeros movimientos se vuelve a sus compañeros y se deja influir por el número de los que le siguen o el de los que no le siguen. Al pez descerebrado por Von Holst eso no le preocupaba lo más mínimo; y si veía alimento o cualquier otra cosa atractiva, nadaba con decisión hacia el objetivo y… he ahí que todo el escuadrón lo seguía. Precisamente el defecto del pez operado lo convertía en jefe. El banco de peces sigue al que se mueve con decisión, aunque sea un descerebrado. Asumen que tendrá un buen motivo. El problema es que el improvisado líder no es el que tiene mejor visión para las amenazas y oportunidades. Simplemente va a su aire, a su agua o a su tren con obstinada determinación, ni siquiera le importa el grupo. Nadie es tan resuelto como el que no sabe a dónde va.
Eso sí, dice Pelín, en Mérida no tenemos Von Holst. Y, si lo dice Pelín…