Agustín Plaza Aguado


Parece evidente que celebrar la Patria, o la Región, en abstracto, levanta pasiones encontradas, críticas y odios, ya sea por cainismo, como en España, o por llevar la contraria, como en Francia, sin embargo, la celebración del día de nuestra Región Extremeña ha conseguido aunar sentimientos y sensibilidades, siendo un acto donde se dan la mano generaciones distintas, ideologías opuestas y clases económicas diferentes.

Con el paso de los años, los extremeños hemos aprendido a afrontar las cuestiones de identidad y sentimiento Regional desde una perspectiva cada vez menos pasional e histórica, cambiando nuestro concepto patrio por otro de base más racional, más solidaria y de orgullo de pertenencia a un espacio de interés común.

Lamentablemente no somos una región que se engalana y sale a las plazas públicas por sus éxitos deportivos ( aunque algunos tenemos), como ocurre en España, Cataluña o País Vasco, entre otras cuestiones porque nuestros éxitos deportivos casi siempre juegan en competiciones de segundo o tercer nivel, situación que corresponde a nuestro nivel de desarrollo económico, estas circunstancias obligan a que nuestro orgullo con respecto al sentimiento Regional, para existir y mantenerse, debe sustentarse en conceptos y realidades mucho más sólidas, desde la reflexión , la lógica y una parte desde el corazón.

Esta interpretación llevaría a concluir también que no hay nada marcadamente extraordinario ni tampoco negativo en el desapasionamiento con el que algunos extremeños se relacionan con su día nacional, lo cierto es que, en una comunidad democrática pobre, con graves dificultades socioeconómicas, pero ambiciosa, resulta casi imprescindible que el proyecto colectivo básico esté ampliamente compartido.

La decisión política de esta celebración, hace ya más de treinta y cinco años, en los inicios de la democracia, tuvo el inmenso acierto de saber conjugar el enorme peso de la tradición judeo cristiana en Extremadura y la enorme influencia de la Iglesia católica, con la necesidad de salir de ese imaginario “armario social” que los tiempos y el olvido habían impuesto a nuestra región, y la elección del día 8 de septiembre coincidente con la celebración de las fiestas de la Virgen de Guadalupe, garantizaban un buen inicio y un futuro prometedor.

Para la mayoría de los extremeños, la sensación está constituida, por un lado, por un sentimiento de cierta libertad tanto de pensamiento como de acción que se da en esta fecha, y por otro, por el gran número de recuerdos asociados a ésta, los cuales se fueron gestando desde la niñez, año a año, sustentándose con más fervor incluso por los centenares de miles de extremeños en la diáspora , donde el sentimiento de “extremeñidad” adquiere una fuerza y una dimensión muy distinta, en parte basada en la idealización de la juventud disfrutada en la tierra , en parte basada en el sueño de un futuro mejor y , como no, en la vuelta a las raíces que cada uno llevamos muy dentro.

Como consecuencia del carácter trasversal del concepto, se ha conseguido que distintos sectores sociales confluyan dentro de un ideal común que posibilita que nos veamos a nosotros mismos como pertenecientes a una “comunidad imaginada” llamada Extremadura, posiblemente mejor que la “comunidad real”, pero estamos en la parcela de los sentimientos, y esto nadie lo ha reflejado como D. Luis Pastor en los versos con los que concluyó el acto institucional:

“Soy lo que fuimos ayer
Soy lo que está por venir…”

Y el deseo de todos los extremeños que lo que está por venir, nos saque del ostracismo, del vagón de cola de Europa, elimine de raíz la continuada emigración y consiga el retorno de tantos y tantos que han salido de nuestra región en contra de su voluntad, y puestos a pedir , sería deseable que lo que está por venir tarde menos en llegar que lo que está tardando el AVE!.

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