Antonio Luis Vélez Saavedra


¿Se imaginan un verano sin tomates?, si alguien les dice que hacen el gazpacho sin el veraniego fruto desconfíen inmediatamente de él. Ese gazpacho que combinado con la clásica tortilla con cebolla (desconfíen también de aquellos que la prefieren sin ella) forma una parte indispensable de nuestra gastronomía. De los que yo puedo recordar había en las cocinas de mis mayores eran de tres tipos: los de pera, que eran mayormente utilizados para hacer conserva y gazpacho, los de ensalada, y los de cuelga, que como su nombre indica se colgaban en los doblaos, como en el de la casa de mi familia materna en Alcuéscar, y ahí se conservaban para su consumo fuera de temporada. Me llamaban mucho la atención, sobre todo porque en parte se conservaban gracias al trabajo de una araña que los cubría por una telaraña muy fina, como una media, que atrapaba a los insectos a los que atraía el aroma de los tomates, lo cual me resultaba fascinante. Una curiosa relación de simbiosis, de beneficio mutuo entre arácnidos y humanos.

Ahora en las grandes superficies hay una gran variedad, de todos los colores, formas y tamaños, tantos que cuesta encontrar entre todos ellos los ‘normales’, yo personalmente prefiero las variedades clásicas y suelo por ello comprarlos en la frutería de al lado de casa, donde traen los productos de huertos y explotaciones de la zona. Y ahí, a la hora de elegirlos, siempre escogemos los de mejor pinta, y es cuando comprobamos que no hay dos exactamente iguales, aunque seguramente procedan del mismo huerto y mata. Lo mismo, pero en mayor medida pasa con las personas, donde los hijos nos diferenciamos de los padres del mismo modo en que nuestros hijos se diferencian de nosotros.

Esto es algo que comenzaron a estudiar los padres de la actual Biología, ambos propusieron teorías y leyes que crearon escuela y ciencia propia, a partir de la pregunta de porque un tomate o un humano tenemos unas características y no otras, el porqué de las continuas diferencias que entre los seres vivos mostramos.

Sin embargo las leyes de Mendel y Darwin no solo se aplican a la genética, y se ven enfrentadas a diario a la opinión popular, que afirma sin dudar que, independientemente de su origen, ideología o partido, todos los políticos son iguales.

En la práctica y en general la ‘muestra’ de esos partidos son sus representante, ya sean alcalde, presidente autonómico o del gobierno, son a quien ven finalmente los ciudadanos y al que asocian con diferentes logros o fracasos, que es lo que normalmente hace que sean elegidos por los votantes o no.

Y me viene al caso esto porque en mi opinión la finalización y puesta en marcha tras 22 años cerrado del Teatro (y siempre Cine) María Luisa es un buen ejemplo de como gestionamos nuestra opinión de las cosas que nos parecen bien hechas, en relación a su correspondencia con nuestro sesgo político.

El María Luisa ha sido cuestión de la que siempre he sido firme defensor, y después de hablar con amigos y conocidos me han transmitido satisfacción y alegría por su apertura, pero también la sensación de algún modo de que esto se ha producido de una forma espontanea, como si de una seta que sale en el campo se tratase. Y esto hay que decir que ha sido de todo menos fácil, la titularidad pública del inmueble que se consiguió en 1992, pero el proceso de reforma no se inició hasta 2015, y no se ha concluido hasta ahora, a costa de no pocas complicaciones y una potente inversión, por lo que podría haberse materializado o no según las circunstancias, pero esas circunstancias se han dado, ha habido disposición, convicción y esfuerzo, se han podido conseguir los fondos para realizarlo, muchas variables que se han alineado, o mejor que ha habido que alinear para llevarlo a cabo.

Me ha encantado escuchar a todo el mundo hablando de los muchos recuerdos comunes que todos tenemos en ese espacio, en mi caso el recuerdo de las películas de la infancia, los enormes murales de Josán y aquellas sesiones matinales.

Pero opino que ha habido más satisfacción que compromiso por parte de la sociedad de Mérida con el Mª Luisa, que se ha podido reabrir en esta legislatura por la decisión política del alcalde, es de obligado reconocimiento, como también obligado darle la razón a la ciencia, de la que se deduce que no todos los políticos son iguales..

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