Asociación Amigos de Mérida


Se retira marzo a un justo descanso de once meses portando aún el sordo retumbar solemne de lejanos tambores y trompetas de ritmo acompasado al arrastrar de pies doloridos sobre cera solidificada; con el aroma cierto a pasión, azahar y devoción emanada de sencillos encapuchados anónimos que han derrochado fe y sufrimiento durante la primera luna llena de la primavera. Descansa marzo con el regusto en el paladar de que la escenografía barroca no esconde, sino muestra descarnadamente, el sentimiento real y justo de los actores del teatro cofrade.

Un escalofrío recorre la espalda del penitente cuando los costaleros elevan al cielo la imagen de su Señora. Un silencio nacido en su alma pone de punta el vello de los brazos. De pie, acompañado por el murmullo respetuoso y colorido del público asistente, sabe que el lento caminar por las calles a media luz, portando los colores de la hermandad, cobra sentido como símil de la propia existencia que se construye dando un paso tras otro, acompañado por la diversidad de vidas de tus hermanos, con la vista fijada en el horizonte de lo espiritual.

Ocultos a la vista permanecen los meses de preparación para que cada detalle se encuentre en su lugar, mostrando el delicado artificio con el que se desea manifestar el inconcreto y escondido deseo de ser agradable a los ojos del único y digno destinatario de tanta fe. Atrás quedan las prisas para salir del trabajo o los kilómetros ganados a la carretera para no perder un minuto de cada ensayo con los hermanos de la cofradía. Porque cada momento cuenta cuando se pone el corazón completo en una tarea y qué tarea más digna y loable que portar sobre los hombros las imágenes de un dios y su madre; qué más satisfactorio que acompañarlos siendo nada más que una sombra encapuchada y sin nombre. Porque solo uno sabe los momentos pasados arrodillado en la capilla pidiendo por esa amiga que cada miércoles lucha con su maldita enfermedad, o las visitas a los mayores que no tienen más compañía que unos pocos voluntarios generosos en tiempo y cariño; nadie más sabe lo invertido en compartir esperanza con el compañero que ha quedado en paro tras el cierre de su empresa.

Mientras marzo se retira, aún se permite la indiscreción de mirar por la ventana de aquellos que, al llegar a casa a las cuatro de la madrugada, con los pies doloridos, el cuello o la espalda en carne viva y el corazón henchido de satisfacción, agradecidos por haber cumplido con la misión auto encomendada, sienten que, en ese momento, no importa participar en una fiesta de interés turístico internacional, ni que haya cuarenta o solo dos cofradías, tampoco ser cien o diez mil hermanos cofrades, no importa que el recorrido esté abarrotado de personas o que la lluvia haya respetado a la procesión, solo importa que el corazón tenga fuerzas para continuar con la tradición, junto a su hermandad, en la siguiente Semana Santa.



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