Félix Pinero

Periodista y escritor


El mensaje de fin de año del presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, —que sus escribanos califican como «mensaje de Navidad» indebidamente, porque este solamente es el que ofrece el Rey en Nochebuena o el que el mismo ofreció, por video, en la web del PSOE, a sus militantes y correligionarios el día 23, como si ellos fueren únicamente los que hacen Extremadura para ser tributarios de su felicitación navideña— ofrece, por encima de los lugares comunes al uso, una definición de la política que, no por novedosa, es digna de tener presente todos los días del año: «La política tiene que hacer compatible la lucha contra la exclusión social y la lucha por el bienestar y por la prosperidad del conjunto de los ciudadanos.» Este concepto de la política, que deviene de una cita del papa Francisco sobre «el anhelo del ser humano de convertir su vida en un proyecto de felicidad» que expresa anteriormente, no puede traducirse en Extremadura, ni siquiera como un camino, como bien recordare el Papa, porque aquí no se dan las condiciones mínimas de ese camino.

            Definir el año que termina como «el año del 18 de noviembre», no les dice nada a los extremeños, porque ya se han olvidado de la fecha y del hecho que recuerda en el inicio de su mensaje: la manifestación en la plaza de España de Madrid para reivindicar «un tren digno», hecho que califica de «reivindicación histórica». Pues qué bien. A los extremeños no se les ha agotado la paciencia, porque tienen más resignación que aquella. Hace unos días volví a montar en el tren que tenemos. Un niño le preguntaba a su madre por qué iba tan despacio, y esta no supo qué contestarle. Pudimos ver el tramo de vías tendidas para ese «tren digno» reivindicado, pero solo la mitad entre Mérida y Cáceres. Falta la segunda vía, la electrificación… No estará ni en el 22. ¿Y por qué no reivindicar el AVE, como tienen otras regiones? Porque somos los últimos de España y de Europa, y la resignación parece colmar nuestras aspiraciones, porque la clase política que tenemos no parece trabajar por el bienestar del conjunto de los ciudadanos, sino para sí misma y sus grupitos.

            El concepto de la política y del camino hacia la felicidad expuestos por Vara están muy alejados de la triste realidad regional: los pueblos se quedan desiertos, los jóvenes siguen huyendo para buscarse la vida; los mayores vivirán muchos años, pero se encuentran solos, atendidos por sus hijos hasta su muerte, porque la mayoría no puede costearse una residencia. Ábrales las puertas a los refugiados, pero deles el trabajo y los medios que ni los extremeños tienen, porque si ellos han perdido la fe, los de aquí han renunciado a la esperanza.

            Las «cosas urgentes e importantes» que enumera, los extremeños se las saben de memoria: el empleo para conseguir «el futuro que todos queremos y deseamos»…Sí, sí, pero aquí solo tienen empleo los enchufados de los partidos y los chaqueteros de su jefes de fila que no lo hubieren per se. No hay región con mayor estabilidad política que en Extremadura; pero a usted le ha faltado por decir por qué la pone en solfa, cambiando su pareja de baile político: por qué, tras dos años de aliarse con el PP para aprobar los presupuestos, ahora lo hace con los podemistas. Olvida usted también, y le pide a los extremeños, que tengan un proyecto de vida como sus abuelos y familias numerosas, «de 3, 4 o 5 hijos». ¡Qué poco conoce la realidad! Ya ni las mujeres independientes económicamente desean ser madres, porque les impediría llevar a cabo su propio proyecto de vida, como los hombres, al ser esclavas de su marido y de sus hijos, con una conciliación laboral y familiar que se les hace imposible. El problema demográfico es grave. Los que hoy trabajan, ya veremos si cobran pensiones, y los que las cobran, temen cada día más por ellas, y nadie dice nada… Usted no puede pedirles a los extremeños que tengan más niños porque el barco se va a pique. Téngalos ustedes que pueden.

            Habla usted del cambio climático, que algunos políticos desprecian; pero aquí no podemos tener ni la eficiencia energética, porque tenemos que pagar impuestos al sol, que sale para todos, y ni los políticos, y menos aún las eléctricas, lo desean. Tampoco podemos dejarle nuestras propiedades a nuestros hijos, porque tenemos los impuestos más altos en la comunidad más pobre de España.

            Sigue usted empeñado en afirmar que «el desafío de los desafíos» es acabar con la violencia de género, un problema gravísimo, pero que no se resuelven con leyes, con presupuestos ni con más policías. Es, como dice, un problema de cambio de mentalidad y de educación desde la infancia; pero con eso no se acaba así como así, como con la muerte de los peatones, ciclistas y motoristas (121 muertos en 2016); pero continúe reivindicándolo, como lo hace con la igualdad de género, que para usted solamente es de sexo, y no otra cosa, como manifiestamente lo demuestra en los nombramientos del Consejo de Gobierno que preside. La financiación y el modelo territorial, defiéndalos su vicepresidenta en las conferencias correspondientes.

            Y tire a la basura, de una vez por todas, con el año que termina esos desdoblamientos lingüísticos que, con sectarismo, favoritismo e incultura, parecen haberle impuesto a usted y los suyos el movimiento feminista. ¿Qué es eso de «queridos extremeños y queridas extremeñas», «españoles y españolas», «abuelos y abuelas», «africanos y africanas», «nuestros jóvenes y nuestras jóvenes». La RAE condena el uso de tan grotesca jerigonza –Francia lo ha suprimido por ley en documentos oficiales– por obedecer a motivos extralingüísticos y porque las feministas se empeñan en sustituir el concepto de sexo por el de género, como usted en sus nombramientos. Parece bastarle con que sean mujeres. Flaco servicio le hace usted al movimiento feminista y a la igualdad con esas actitudes, que olvidan, de otro lado, al resto de los géneros ya, por fin legalizados, y que nunca citan: lesbianas, gays, bisexuales, transgéneros e intersexuales… Esos no tienen vida ni derechos, a lo que parece.

           

           

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