Antonio Vélez Sánchez

Ex-alcalde de Mérida


La ciudad de nuestra infancia tenía un relieve chato. Las casas apenas levantaban dos alturas, incluido el “doblado”o pajar. Es  lo que predominaba. Tapiales artesanos, con palos y cañizos sosteniendo las tejas, era el sistema mas barato para hacer viviendas bajas. Si la economía de una sociedad se refleja en su arquitectura, era evidente que Mérida vivía con recursos reducidos. En El Barrio, los agricultores se mezclaban con los ferroviarios y empleados. Como en la calle “Nueva” y aledañas, el mayor ensanche de finales del diecinueve y principios del veinte, cuando los Pacheco vendieron solares alrededor de las “Siete Sillas”, antes de que el Ministerio de Instrucción Publica y Bellas Artes comprara los terrenos que excavaría Mélida.

     Aunque el centro histórico mostraba robustez  y otro empaque la tipología urbana general se asemejaba a una inmensa tortuga, derivada del esfuerzo, a ras de suelo, de  hombres y bestias. Por eso resultó un acontecimiento cuando empezaron a levantar el edificio de los Valverde, entre la Puerta de la Villa, la Rambla y la calle Cervantes, entonces José Antonio. Mediaban los cincuenta y la gente se asombraba ante aquel  proyecto del arquitecto Sarasola que construían “los Calvo”. Revolucionarias eran sus estructuras ligeras, pilares armados, forjados de hormigón, en lugar de bóvedas, o voladizos a la calle ganándole espacio al solar. No faltaron los agoreros que señalaron que aquello terminaría en el suelo, de tanto desafío a la verticalidad. Los maestros del nivel, la plomada, el pico y la pala, no daban crédito a tamaño atrevimiento y en las tabernas no se hablaba de otra cosa. Y es que, de pronto, Mérida iba a tener un “rascacielos”, la modernidad.

      Cuando se terminó aquello y a la vista de que no se derrumbaba, como el pecado de  Babel, los niños nos asomábamos al portal, con precaución, e incluso ascendíamos algunos peldaños de la luminosa escalera, para cerciorarnos de que el milagro seria perdurable. Tanto nos convenció esa evidencia que llegó un momento en el que entrar, con nuestras madres, en el modernísimo bajo comercial de la firma Isolina Álvarez nos resultaba de lo mas confortable y seguro.   

       Hasta entonces la diferencia selectiva de los edificios de Mérida se contaba con los dedos de las manos. El Palacio de la China marcaba la gracia  sevillana del ladrillo y se inspiraba en lo más referente de la  Exposición Iberoamericana del año veintinueve, en la metrópoli del Betis. El cuartel, con su Regimiento de Artillería, enseñaba una azulejería notable, desde los espacios de los aposentos del mando hasta el comedor de la tropa. Los pabellones seguían el modelo militar habitual, con muros robustos y forjados de vigas de hierro que era lo que mandaba por las fechas de su construcción. El Maria Luisa, sin embargo, marcaba el contrapunto para el esparcimiento y los asombros.

      El Matadero, aparte de su simbología de orgullo industrial, tenía hechuras soberbias, algo herrerianas por sus líneas rectas. Su pasamanería de madera, los mosaicos de cerámica, en el suelo de mármol de los edificios más nobles, le otorgaban distinción y poderío. A su lado, el puente de “Hierro” resultaba  una reliquia del estilo Eiffel. El “Silo del trigo”ganaba el premio de altura, a pesar de que su mole se dibujaba, en el paisaje, con cierta suavidad, sin molestar. La Plaza de Toros representaba el esfuerzo de una sociedad ansiosa de espectáculo y vitolas de  identidad. Con acciones populares, y de familias poderosas, se constituyó “La Taurina Extremeña”. La “plaza de Abastos” respondía al esfuerzo decimonónico de dar a la Ciudad servicios públicos dinámicos.  Su fachada neomudejar y los detalles de molduras y baldosas decorativas afirman la solvencia de unos albañiles habilidosos. Igual que los restos de muros, frente al estadio de fútbol, del depósito de aguas. Las Escuelas Publicas del Trajano fueron el mayor esfuerzo municipal por la enseñanza, de toda la historia. El corporativismo social en la joya de una fachada, la del Circulo Emeritense. O la funcionalidad del Liceo, sala de proyecciones incluida. 

     La central de Telefónica, junto al emblemático arco, se levantó por la influencia del General emeritense Pérez Viñeta y, a pesar de sus hechuras y la solemnidad del granito,  resultó controvertida. Distinta fue la comba de un edificio comercial de carácter privado como “La Campana”, de los Calderón. Supuso un exponente puntual, junto a otros, de la pujanza de la calle Santa Eulalia, proa de la burguesía local. Igual que la casa que se construyó Fernández López, mirando al Guadiana. Y también el espectacular y novedoso Teatro-Cine Alcazaba, todo un reto de futuro para la pequeña ciudad provinciana. Más atrás quedaban los edificios antiguos, las Iglesias, el Palacio de Burnay, el Hospital, el Parador, otros Conventos…. Y los significativos de un tiempo más poderoso, cuando Emérita era todo en las Hispanias.

     Los edificios son, con toda seguridad, parte del alma de un lugar, pues con voluntad de permanecer nacieron. Amarran sentimientos de pertenencia, incorporados al deambular por la piel de los universos cercanos, entre  rutinas y afectos. A veces evoco, con emoción y tristeza, los que ya no están. Un cine que nos hizo vibrar, reír o llorar. Un emporio fabril que alimentaba a tantos. Un tercero con vocación tronante y guerrera. Sobre ellos vuela este relato. Desde la melancolía por su perdida y la repulsa contra  quienes no quisieron entender que aun deberían seguir vivos entre nosotros.



About Mérida Digital

Toda la información relacionada con Mérida y su Comarca

View all posts by Mérida Digital

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.