«Asociación Amigos de Mérida»



Tiempo de vacaciones. Unos agradables rayos de sol deleitan a una joven pareja tumbada a la proa de un barco. Sobre un mar en calma, coquetean con una charla intrascendente. Este es el comienzo de “El increíble hombre menguante”, película de Jack Arnold estrenada en 1957. La bucólica escena inicial pronto da paso a un drama existencial que pulverizará la vida del protagonista, Scott Carey, haciéndole cuestionar incluso su identidad: está menguando. Cada día es unos centímetros más pequeño que el día anterior.

Bajo un sol de justicia, en plena ola de calor, el mes de julio extremeño albergaba el debate del estado de la región. El presidente, D. Guillermo Fernández Vara, durante su intervención inicial dibujó, más que el retrato de nuestra región, el esbozo de lo que esta podría ser en los próximos años. Su discurso estuvo marcado por los grandes proyectos que esperan asentarse en la región. Se mencionó la mina de litio de Cáceres, las fábricas de baterías, guantes de nitrilo o de semiconductores, el proyecto de ocio Elysium City en Castilblanco, la fábrica de diamantes de Trujillo y la azucarera de Mérida, entre otros proyectos que ojalá lleguen a realizarse y a traer riqueza a la región.

A vista de pájaro y de modo nada imparcial, da la impresión de que la relevancia de Mérida en el elenco de proyectos regionales es poco significativa y que, parejo a ello, la importancia de la capital regional mengua año a año.

Más allá del interesante proyecto de la azucarera, que tan pronto está firmado como afincado en otro país, Mérida parece tener poco que aportar al crecimiento de la región. En la película de Arnold, el proceso de decrecimiento del protagonista es sutil, casi imperceptible. Pronto percibe que su ropa le queda grande y que su esposa, más baja que él, le sobrepasa en altura. Termina la historia de la película teniendo que luchar contra una araña por lo básico para sobrevivir: agua y alimento.

Menguar, en importancia, en capacidad de aportar al bien general, en creación de riqueza, en interrelaciones… puede ponernos en la tesitura de luchar por metas cada vez menos trascendentes hasta llegar a la irrelevancia.

Mérida, como capital de Extremadura, tiene la obligación de presentar su contribución a un proyecto de región ilusionante, viable y trascendente. La ciudad necesita soñarse y reivindicarse más allá de su oferta cultural y su pasado monumental; una capitalidad que no impide que siga sin algunas instituciones (Delegación del Gobierno, delegación de Tráfico de la DGT, Consejo de participación Ciudadana…) y con una inversión mínima (Archivo General de Extremadura por abrir, retrasos en la ampliación del MNAR, paralización de la nueva sede del Museo Visigodo, demoras y cancelaciones como Plataforma Logística, ausencia de ronda sur, campus universitario necesitado de nuevas instalaciones y mayor oferta académica…).

No es responsabilidad exclusiva de los dirigentes de la ciudad, lo es de todos y cada uno de sus ciudadanos, que es necesario que aporten, cada cual según su capacidad, cuanto puedan para evitar que la ciudad mengüe y hacerla crecer junto a la Comunidad de la que es digna representante.

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