Antonio Luis Vélez Saavedra


Vaya mes de septiembre estamos viviendo en el Teatro Romano, con una vitalidad que acompasa el latir de una sociedad con el de las piedras bimilenarias. Para mí un disfrute ver el escenario creado en la época romana y sirva hoy en día de medida del sentir de los ciudadanos. Mérida como capital autonómica se ofrece como el escenario de la celebración del día de Extremadura, un evento que pretende reflejar, poner cara y dar voz a lo más destacado de nuestra representación colectiva. Cumplió ese objetivo con creces porque fue un día que desde luego no pudo dejar indiferente a nadie, manteniendo su atractivo como día de homenaje y reivindicación social.

Mi admirado Luis Landero no era en principio el protagonista del acto, pero desde luego que hizo de enganche mediático del mismo, por la repercusión que tuvo su discurso.

Para mi nada nuevo, porque los emeritenses ya sabemos que ese escenario desnuda a quien allí se sube, y convierte al actor en su personaje, al cantante en melodía y al poeta en palabras, a todos ellos, en definitiva hace olvidar su condición humana y transformar esa ensoñación que es el arte en la vida.

Pues así subió Landero residente en Madrid pero nostálgico de su tierra y su familia, y hablo de una y otra para conectar con todos los que allí estábamos. Habló de las maneras y formas que nuestros mayores nos trasmitieron, y de cómo se amansaba una época de necesidad con sabiduría, música, cotidianidad, y cercanía. Y también con palabras, como ese jeito protagonista del discurso, con el que el escritor definía ese hacer bien las cosas, y de cuya falta acusó a la clase política en general, canallas en su opinión por la cuestión ferroviaria, y a los que por ello condenó al infierno, cuestión con la que ya no amenaza ni el peor cura de la Iglesia.

Sin duda los políticos podemos ser muy mejorables, pero el adjetivo canalla me parece algo grueso, tan solo un poco más fino que el de sinvergüenza. Para un hombre de la talla de Landero me pareció algo decepcionante, porque los políticos pueden tildarse, siempre sin generalizar, de incompetentes, trileros, mesiánicos, populistas, y añadan adjetivo al gusto, pero canalla implica ruin y despreciable, términos poco adecuados para unos representantes que todo elegimos y más teniendo en cuenta que la política, al igual que la sanidad, la educación, la fontanería o la hostelería no son más que una parte más del encaje social, y del vecindario con el que compartimos el día a día.

La actitud de Landero fue también algo discordante con el espíritu de un acto que no busca otra cosa que afianzar los valores colectivos que pueda ofrecer nuestra región, y en mi opinión pecó de una excesiva relevancia y por ello un flaco favor hacia los verdaderos protagonistas del día de Extremadura, los galardonados con las medallas de la región, muy destacadas en sus ámbitos sociales y profesionales, a los que la distinción otorga un reconocimiento que Landero limitó mediáticamente con su discurso.

Pero un poco más allá de septiembre también al escenario del Romano se subió Serrat, a sus 78 años y con el teatro lleno como pocas veces he visto para, como en una especie de ritual pagano, sacarnos a todos los que allí estuvimos el corazón hasta la boca, para cantar con él a Lucia, Penélope, o a Curro el Palmo, a recordar a Hernández y Machado o a aquellas pequeñas cosas que igual resulta que son un poco más grandes.

A lo largo de su carrera ha estado en muchas ocasiones en el Teatro Romano, pero esta vez, no sé si porque la noche era cálida, o porque se vendió como su imposible despedida, el caso es que sucedió, y el Nano nos regaló casi dos horas y media de concierto inolvidable. No hubo pausa, porque cantó y entre canción y canción habló en confianza a cada uno en lugar de a tres mil espectadores, y más que un concierto fue una catarsis, una ensoñación que se veía incluso al acabar entre las caras de los que allí estuvimos. Y si Landero tuvo que recurrir al tren para conectar con el público, Serrat lo consiguió igualmente y precisamente en el día de Cataluña cantando en catalán, demostrando así que la cultura puede conectar a las personas tanto o más que las infraestructuras ferroviarias.

Ese día se juntaron en la escena de un teatro patrimonio de la humanidad con un patrimonio social, humano, cultural y sentimental de varias generaciones de este país en ese catalizador que es Joan Manuel Serrat, y si eso a alguien pudiera resultarle poco siempre podemos hablar de sus canciones.

Se ha hablado mucho de su candidatura al premio Cervantes, que sería un reconocimiento al premio más que al artista, tanto que si no se lo dan no va a quedar otra que crear el Premio Serrat y dárselo a Cervantes.

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