Antonio L. Vélez Saavedra


Mis vecinas de la calle Prudencio mantienen aun la costumbre de salir, cuando hace bueno, con las sillas por la noche a la puerta de sus casas, a practicar el arte de charlar, sin móviles, y se habla lo mismo sobre la actualidad nacional de ‘Pusdemón’ que sobre los ‘Romanos’ que se han venido a vivir a la zona de El Barrio, una barriada totalmente integrada en el centro de Mérida, pero todavía con el aire vecinal de casas bajas y vecinos de toda la vida, y entre ellos el primus inter pares Valeriano Prida que ejerce con dedicación la presidencia de la barriada yo creo desde la época de Augusto.

Cualquiera que ande como un servidor por los taitantos podrá decir lo mucho que ha cambiado nuestra sociedad de un tiempo a esta parte, y aunque algunas cosas como el gusto por la conversación que comentaba se van perdiendo, en el conjunto creo que el cambio es para bien, y estamos en una sociedad mucho más formada e informada, y por lo tanto tolerante y solidaria, pese a que por desgracia arrastramos muy difíciles problemas como la economía, la corrupción o el paro.

Y lo mismo que la sociedad va mejorando en mi optimista opinión de generación en generación, también esta ciudad que tantas y tantas generaciones vio pasar por su dilatada historia ha ido mejorando, sobre todo desde el momento en que se sucedieron dos hechos históricos, y que sin duda han sido los motores de un cambio decisivo en Mérida: la construcción del Museo Nacional de Arte Romano y la declaración de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO hace 30 y 25 años respectivamente. Eso y la designación en el origen de la Autonomía como capital de todos los extremeños son los hechos seguramente más relevantes del siglo pasado para Mérida, junto con la anterior excavación de nuestro emblemático Teatro Romano a principios del mismo siglo XX.

Y por aquello llegó el Turismo..

Después de tanto tiempo de ver nuestra herencia histórica como un estorbo para el desarrollo económico y urbanístico de la ciudad, durante el cual se expolió y cubrió de cemento gran parte del yacimiento, desde esos fundamentales acontecimientos ha sucedido un cambio de visión, nos hemos dado cuenta por fin que el turismo puede llegar a ser el gran motor de progreso de la Mérida del siglo XXI.

Y nos hemos acostumbrado a ver a muchos turistas, tanto españoles como extranjeros que en grupos circulan guiados por el móvil por la ciudad, o diciendo adiós desde el trenecito; se han abierto muchos negocios para acompañar la oferta monumental, sobre todo de hostelería, y hay calles como Jose Ramon Mélida y aledañas con una actividad de negocios evidente. Ahora bien, hay que darse cuenta que estamos empezando a verle color al asunto, y que los resultados de las decisiones y el trabajo que se hicieron hace 25 años están llegando ahora, y esa debe ser la línea a seguir, la de planificar el desarrollo de la ciudad a medio y largo plazo, con actuaciones de peso y de futuro que aporten avances al turismo en la ciudad, y en Mérida tenemos todo el margen para avanzar en ese sentido.

Y en la medida de lo posible, sosteniendo el necesario equilibrio de mantener la autenticidad e identidad, que es lo que más valoran aquellos que visitan ciudades como la nuestra, que el turismo de calidad no viaja a la búsqueda de letreros de paella precocinada o hamburgueserías, o de una invasión de terrazas y veladores que llegan en ocasiones a comprometer seriamente la accesibilidad tanto de personas como de vehículos en los enclaves distinguidos con la categoría de Patrimonio de la Humanidad, donde más es necesario conjugar intereses empresariales y vecinales para que ganemos todos.

Tomemos el ejemplo de aquellos hitos históricos, hay mucho que hacer, y muchas excavaciones importantes pendientes, alguna ya en marcha como el yacimiento de la Huerta de Otero que sin duda será una sorpresa para muchos, y muchas más oportunidades perdidas como la de la plaza de toros, que se cedió a intereses privados cuando hubo oportunidad en la legislatura anterior de comprarla para descubrir sus documentados tesoros. Una estrechez de miras que en tantas ocasiones ha comprometido el futuro de esta ciudad, que sin disponer del favor reservado para otros de la universidad o la industria necesita reivindicar y gestionar con obstinación su recurso patrimonial, sin la recurrente inmediatez política y desde una convicción universal.

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