Antonio Luis Vélez Saavedra










Recientemente visité el Prado con la familia, la exposición del mundo más importante de pintura clásica y también la institución cultural más importante del país. Miles de personas de todo el mundo vienen todos los años a visitarlo. Hacer la ruta turística por esas salas que amontonan los famosos cuadros de Goya, Velázquez, el Greco, Murillo, Ribera, Zurbarán, Rafael, Tintoretto, Durero, etc es realmente agotador, y deja al visitante realmente molido y agradecido al salir del museo de tomar el aire para respirar que no dejan esas salas.

Entre las más conocidas y populares que se llenan con las visitas guiadas. Una de ellas sin duda es la del cuadro de la fábula de Aracne de Velázquez, conocido popularmente como las Hilanderas, basado en la mitología clásica que es el motivo de los cuadros de la sala: Marte, Mercurio y Argos, o el Rapto de Europa, de Rubens, con el mismo tema clásico que uno de los más desatacados mosaicos expuestos en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida.

Pero lo que desató en mi la sorpresa y despertó el motivo de este artículo fue una escultura de las que se encuentran en las esquinas de esa misma sala, reproducción de un bronce clásico del Museo Capitolino de Roma llamado El Niño de la Espina, de un menor mirándose la planta del pie con la leyenda que relata la historia de una escultura que fue encargada por el Senado romano para homenajear a un pastor llamado Martius, quien llevó un mensaje con tal diligencia, que sólo se detuvo a sacarse una espina clavada en el pie cuando había terminado su misión. Me llamó la atención esa escultura porque es exactamente igual a la del costalero mirándose el pie que se encuentra en la Plaza de Santa María, la misma pose y el mismo pie con la planta dolorida que el niño del Prado. Diríase que una vez se hizo mayor y hermano costalero sigue con esa espina enquistada, una visita al podólogo parece necesaria.

También está relacionada con Mérida esa ampliación que realizó Rafael Moneo del Prado, quien diseñó un edificio de nueva planta y restauró el Claustro de los Jerónimos, que ha quedado integrado en el museo. Una ampliación fantástica y que se hizo esperar, como la también diseñada por el arquitecto para el MNAR, quizás su edificio más relevante, lo recuerdo en primera persona en pleno proceso creativo durante su construcción tumbado en la nave principal como un loco soñando el espacio. Una ampliación que se ha hecho esperar y que ha dado muchos dolores de cabeza, pero que por fin está licitada para llevarla a cabo como era insistencia del propio Rafael Moneo.

Además en las salas accesorias del Prado se puede encontrar una importante colección de mármoles, bustos clásicos y monedas de colecciones privadas algunas originarias de Mérida, de ese expolio de siglos del patrimonio emeritense. Entre ellas monedas con el imponente escudo de la ciudad, algunas en muy buen estado con el rostro de Tiberio, hermano de Druso tal y como se encuentran en el Museo de Arte Romano flanqueando al busto de su padre Augusto.

Este es otro ejemplo más de la influencia y el peso de aquella vieja Emérita, en lo cultural. como comento en esta relación con el Museo del Prado, en lo histórico como capital Romana o Visigoda, o en lo religioso con la influencia cristiana de Santa Eulalia.

Es por ello que ese mármol que la historia continuamente esculpe nos exige estar a la altura de una ciudad patrimonio de la humanidad que, aunque nos cuente en el censo, siempre tenemos que considerar que en su esencia no es más nuestra que de los que vienen a visitarla, y cualquier actuación sobre su legado debe estar muy medida y siempre a la altura del pasado y el futuro de esta ciudad.




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