Antonio Luis Vélez Saavedra


Desde el siglo XIX en que Mary Shelley escribió la más famosa historia de terror gótico, la civilización occidental ha alimentado entre sus temores más íntimos lo que Isaac Asimov llamó “el síndrome de Frankenstein”.

Este miedo a los avances científicos se concretó a partir de la industrialización del siglo XIX, la conquista del espacio a mediados del XX y ha cobrado nuevo impulso con la expansión de la informática a finales del siglo pasado y especialmente en este XXI.

Las creaciones y obras de la humanidad que contienen la posibilidad de convertirse en su propia destrucción es algo muy enraizado en el inconsciente colectivo. A un avance científico precede uno tecnológico y después inevitablemente la posibilidad de que se convierta o se utilice en algo inicialmente no previsto, y como en el caso de Frankenstein, el dominio y control de la creación se convierte en el problema.

Esto es algo que se ha incorporado a la cultura popular, dejándonos muchas de las más conocidas obras de ciencia ficción, en las que las máquinas ya dotadas de consciencia se rebelan contra sus creadores, el género humano.

Novelas como la citada Frankestein y sobre todo películas como 2001 una odisea del espacio, Blade Runner, Terminator o Matrix son buen ejemplo de ello.

En la primera de ellas, 2001, el ordenador de una nave espacial con destino a Júpiter, llamado Hal 9000 toma el control de la nave y decide acabar con toda la propia tripulación humana, una vez fue consciente de que esta tripulación era el principal factor que hacía peligrar su misión.

Es decir, la máquina obedeció mientras la tripulación no se comportaba erróneamente, y cuando esto ocurrió, pasó a actuar por su cuenta.

Pero este no es el caso que se produjo en la votación de la reforma laboral en el Congreso de los Diputados, aunque por momentos pareciera también cosa de ciencia ficción.

Ya ha quedado claro que el error que se produjo en la votación del diputado del pp no fue de origen informático, porque un error informático se produce cuando falla la máquina o el programa que utilizamos, no cuando el fallo se produce por parte de quien los maneja. Se trató sin duda de un error humano, que en un momento de karma de manual hizo que el PP fuera fundamental para la derogación de su propia reforma laboral.

La tecnología inteligente ya ayuda a tomar decisiones a diario para mejorar la vida de las personas de esta región y este país, la usamos para nuestro propio beneficio en todo tipo de trabajos e interacciones sociales, y solo se convierte en un problema en la medida que no hacemos un buen uso de ella, lo cual tampoco es algo raro. Créanme si les digo que un sistema informático tiene mucho menos margen de error que un cirujano o un juez, y menos aun toma sus propias decisiones en temas como las votaciones del Congreso.

Pero desgraciadamente es una costumbre habitual echarle la culpa a los ordenadores o directamente a los informáticos, En cualquier negocio o administración, somos los principales sospechosos, el asesino de estos tiempos ya no es el mayordomo, es el informático. Como si tuviéramos un punto entre malvado e incompetente, en el que descargar las iras del respetable. Falta poco para que al grito de !se ha caído Rayuela! una turba furiosa ponga en la picota al primer técnico informático que por allí aparezca.

En los salones del salvaje oeste solía haber un cartel donde ponía ‘No disparen al pianista’, pues hay grupos en el Congreso que parecen pensar que se encuentran en uno de esos salones sin ley donde todo vale, hasta disparar al informático, digo al pianista.

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