Cristina Martín Sánchez

Concejala del grupo Municipal de  Ciudadanos en el Ayuntamiento de Mérida


Creo que tengo razón cuando digo que casi todos tenemos miedo a la muerte, de una forma u otra, hasta el último momento. Es por este motivo, que no concibo por qué últimamente, desde el comienzo de esta fatal pandemia, nos hemos vuelto tan insensible en la información de las bajas por el virus. Un abuelo más o una abuela menos. Somos tan tontos que parece ser que nos sentimos a salvo de la vejez, pero no hay en el futuro nada que esté más cerca que ella . Tan ajenos nos creemos de ella, que seguimos actuando como si no existiese el virus, sin reparar en el daño que podemos causar a nuestros mayores, que tienen derecho a vivir su vida libres de agonizar en un hospital saturado y en soledad.

Ellos, son padres, han sido hijos, y, sobre todo, son abuelos. Y es que la palabra abuelo, implica mucho más que una relación de lazo familiar, mucho más que una definición de lo que lleva consigo el salto generacional, por eso es de ley que tengan un reconocimiento a su labor callada, sencilla y entrañable.

La figura de los abuelos es una figura paternal, en la que buscar y, sin duda, encontrar, respuestas, soluciones y consejos en momentos de nuestra vida en los que nos creemos desorientados. Ellos no dudan en tendernos siempre la mano para poder seguir.

Dicen que la experiencia es un grado, y ese grado lo encontramos en su máximo nivel en los abuelos y abuelas, que tienen en su mochila de la vida todos los conocimientos y sabiduría que han ido guardando. Han vivido guerras y posguerras, han pasado hambre, han tenido que emigrar para buscar una vida mejor, han dejado a sus familias atrás, muchos de ellos han trabajado con una edad con la que ahora seguiríamos en el colegio, y, además, añadir que han vivido un confinamiento de meses debido a una pandemia mundial. Han sacado, con su sacrificio, un país a flote, y han tirado del carro aun si pedírselo.

Por todas estas razones es por lo que, he decidido rendir un homenaje a esa figura entrañable, que tantos recuerdos nos evoca, esas figuras paternales, fuentes del saber a las que todos hemos acudido en algún momento y que, cuando faltan, tanto echamos de menos. Sinceramente desconozco porque casi siempre dejamos los homenajes para cuando ya es demasiado tarde. Supongo que tiene que ver con el miedo. El miedo a mostrar nuestros sentimientos más íntimos, aquellos que escondemos con pudor, como con miedo a que nos los roben.

Hoy, desde mi trocito de papel, aprovecho para decir que me siento orgullosa de todos los que luchan y han luchado por dejar un futuro mejor a los suyos. Celebremos todos los días a nuestros abuelos por hacernos siempre la vida un poco más fácil.

Y no puedo finalizar esta columna sin dedicársela a mis abuelos, Ángela y Luis, que se fueron muy pronto y de los cuales no hay un solo día que pase que no les piense, y a Fina y Leoncio, de los que sigo disfrutando día a día, y por mucho tiempo aún. Y, por cierto, ya vacunados.

Fuisteis vosotros los que me enseñasteis que si uno ama y disfruta con lo que hace los horarios pierden su sentido.

Vuestro camino es el perfecto ejemplo de cómo llegar al final con muchas historias que contar y pocos sueños que anhelar.

Fuisteis, sois y seréis eternamente.

Gracias por tanto.

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