Asociación Amigos de Mérida


Con septiembre comienza un nuevo curso político que ha traído cambios sustanciales derivados de las últimas elecciones autonómicas y municipales. Si el final de cualquier ciclo humano es buena ocasión para evaluar lo ocurrido en él, el comienzo de un nuevo periodo nos invita a proyectar hacia el futuro los objetivos que se pretenden lograr antes de que termine la nueva etapa. Este movimiento de revisión y proyección es consustancial con las campañas electorales. Obviamente, quien detenta el poder suele esmerarse en evidenciar los éxitos de su gestión, mientras que quien aspira a alcanzarlo, suele tanto denunciar las fallas de la gestión realizada, como proponer un nuevo proyecto alternativo al existente. En estos tiempos extraños que vivimos, el debate político parece dirimirse en el ámbito ideológico y, más allá de ciertas ideas vagas, no suele alzar la vista mucho más allá del resultado de las elecciones más próximas. Así, quizás a los lectores de estos párrafos les resulte complicado concretar cuál es el horizonte que quienes nos gobiernan tienen para nuestra ciudad.

En el sentido más clásico, circo no nos falta. El calendario de eventos de la ciudad encadena un evento festivo o cultural tras otro: a Emérita Lvdica le sigue el Festival Internacional de Teatro Clásico que, feria mediante, se continúa con la festividad del día de Extremadura y los conciertos del Stone & Music Festival. En diciembre las festividades de la Mártir Santa Eulalia y la Navidad dan fin al año que, poco después, continúa con la agenda festiva disfrazándose de Carnaval, para reiniciar el ciclo con la Semana Santa. Entre medio, conciertos, mercadillos, exposiciones, verbenas, ferias de barrio y otros cientos de actividades nos entretienen durante el año. Sin duda, el ocio y el espectáculo es una de las actividades económicas más importantes de la ciudad.

Pero ¿hay más?

Qué hay más allá de este modelo que nos ha llevado a ser destino turístico regional preferente, pero somete a los monumentos a un gran estrés y a la economía emeritense a los vaivenes estacionales propios del turismo, además de dejarnos al albur de los caprichos del turismo.

Históricamente Mérida ha sido referente cuando se ha mostrado como capital y nudo de comunicaciones. Tanto en épocas antiguas (Imperio Romano, reinos Suevo y Visigodo o cora de Mérida), como más recientemente con la elección de Mérida como capital extremeña, ésta se ha mostrado como un punto focal capaz de crecer y hacer crecer a la comarca y región.

Hoy da la impresión de que el foco de la ciudad brilla cada día más opaco. Apenas se muestra capaz de servir a los pueblos de su comarca, con los que no mantiene casi un sistema de comunicaciones decente (¿no sería sensato tener una línea municipal de autobuses con Calamonte o el resto de pueblos cercanos?) y cuyos habitantes prefieren otros municipios para sus gestiones o compras.

Otras ciudades extremeñas han encontrado su horizonte. Navalmoral, Plasencia, Villanueva-Don Benito o Cáceres y Badajoz vislumbran un futuro con objetivos claros. ¿Y Mérida? ¿Cuál debe ser el papel de la capital en el nuevo panorama político nacional y extremeño?

Esa es la pregunta que debemos responder: ¿A dónde vas, Mérida?



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