Antonio Vélez Sánchez
Ex alcalde de Mérida
En la pequeña ciudad bullían las inquietudes del bloque juvenil. La primera era garantizarse el futuro, el porvenir como decían los adultos. Nuestros amigos que decidieron trabajar, tras dejar la Escuela, ya eran dependientes en las modernos comercios de Santa Eulalia y aterrizaban por el “Cha-cha” embutidos en sus trajes, con la nota informal del pañuelo al cuello, que en Mérida modernos sí que éramos. Otros habían pasado por la Escuela Elemental de Trabajo y funcionaban por talleres eléctricos, de automóviles o de ajuste, fresa y matriceria. Un rango mas repulido lucia el ramo de oficinistas, gremio muy solicitado por las muchachas. Y por último, los estudiantes que soñaban con ser “policías secretas”, preparar oposiciones a banca, el ejército e incluso ser artistas. Esta ultima vocación nos la transmitía el “glamur” de los actores y actrices que venían con Tamayo a lucir palmito, bajo las columnas del “marco incomparable”. Ocurría en el curso cincuenta y nueve-sesenta, a punto ya de liquidar nuestro trayecto de bachilleres, en el vetusto caserón, con cuatro enormes palmeras en el patio, del Instituto Santa Eulalia, calle Moreno de Vargas.
Aquel curso, a la gente de sexto, nos dio por aficionarnos a la joven emisora que inundaba el “éter”, desde una casa del barrio de la Argentina, más allá de la “senara” de trigo en la que apareció la Casa del Anfiteatro. Antes había estado en Sagasta y en la Rambla. Radio Juventud de Mérida, el escalón local de nuestras aficiones artísticas, pertenecía al Frente de Juventudes, ese inútil florero con el que el sistema navegaba hacia ninguna parte.
Mucho antes había surgido una emisora – escuela de la mano de Manuel Colomo y otros esforzados, aunque en el momento de este relato hacia ya algunos años que la Cadena Azul de Radiodifusión había absorbido las anteriores al cincuenta y cuatro. La moderna Emisora se llamaba EFJ16 Radio Juventud de Mérida. Y la novedad es que podía hacer publicidad para mantenerse.
El invento daba tono a la Ciudad y nos inflaba de orgullo. La radio llenaba el tiempo de una sociedad tan de patio de vecinos, cauterizaba las penas, y llevaba a los hogares mil retales de ilusión. El “Parte”, No-do radiado de obligada audiencia, enganchaba a las familias, cada mediodía, con olores a puchero, para seguir luego con lagrimosos seriales y programas nocturnos, entre anuncios de electrodomésticos antediluvianos y detergentes en escamas, mientras el comercio local se publicitaba con reclamos musicales, sobre zapatos, muebles y otros artículos, cantados popularmente. Nuestra Radio Local “bordaba” los programas de “Discos dedicados “con los que la comarca volaba por paraísos de ensoñación. . Cualquier motivo valía para desear los mejores roles a quienes iban a la “mili”, viajaban, cumplían años, se casaban, recibían la “primera comunión” o festejaban su “onomástica”.
Locutores, controles y técnicos alcanzaron cumplida fama en el universo manejable de sus domesticas ondas. Por allí pasaron, Aurora Serrano, José Emilio Alvarado, Manolo Pérez, Alfonso González, Manolo Lagoa, Julián Martin, Enrique Carreras, Jesús Santamaría y un notable enredador que servía a la patria en el Doce de Artillería, el actor Juan Luis Galiardo. Y muchos más.
Había un programa de corte critico y actualidad local – “Desde la Atalaya del Conventual”- creación singular de Santos Diaz Santillana, alma mater, junto a Tomas Rabanal Brito, de otra etapa de la emisora que ya guiaba su hijo, y que terminaba proclamando su huida por el foro, junto a Quico Peña, nuestro “Perico Chicote” de la Puerta de la Villa. Delgado Valhondo armaba colaboraciones literarias, Demetrio Barrero se inflamaba recitando a Chamizo y “Algar”, “el Duende del Estadio” narraba las gestas deportivas del equipo de Tercera. Carmeli Martínez y Rafael Bonilla llenaban la mañana con “Música mientras trabaja” y por la noche se aposentaban nuestros preferidos, que eran “cara al público”. En uno de ellos, “Frente a frente”, que conducía Julio Luengo, pugnaban los concursantes sobre diversos temas. En los de “Copla Española” hacían sus pinitos las promesas que pretendían triunfar con su arte. Un oficial de sastrería que señalaban, hirientemente, con el diminutivo feminizado de Pedro – el machismo imperante no dejaba resquicios – se hizo famoso con “La sombra vendo, quien me la quiere comprar / de dinero yo no entiendo / la doy casi regalá” …… Aquello se caía entre aplausos enfervorizados. Y se escuchaban mucho los “Consultorios sentimentales”, todo un catalogo de historias imposibles.
Aquellos años, iniciados los sesenta, fueron los mejores de una emisora que marcaba su rumbo, con la complicidad de una sociedad que pretendía bullir con menos corsés. Lo extraño del asunto es que su propio éxito derivó en cierre, cuando ya los novedosos equipos de FM aguardaban, embalados, su instalación, allá por el verano del sesenta y cinco. Distintas versiones circularon sobre las causas : Que si una “Atalaya” de don Santos titulada “Los pájaros de la Plaza España”, con supuesta doble intención, que si un Comisario que vivía al lado, que si tenía demasiados aires democráticos. Otros, mas acertadamente, dijeron que el Gobernador Civil, no permitía que Mérida se le fuera de las manos y astutamente colgó el muerto al Alcalde. Y las fuerzas vivas callaron.
Tal vez lo que pasó es que los aires del cambio empezaban a circular, cumplido ya un trienio del “Contubernio de Múnich”, el tiempo que ya llevaba triunfando “Dulce pájaro de juventud”, la arrebatada película con la que Richard Brooks nos regaló a Paul Newman. Para nosotros ese era el espíritu que se respiraba en Radio Juventud de Mérida, o al menos eso nos parecía. Y claro, era demasiado para lo que circulaba.