Rafa Angulo Sanchís


Se me va a jubilar el doctor Ramón Zurdo y algo se muere en el trombo cuando mi médico se va; se va del hospital porque irse es otra cosa. Ramón es el médico tranquilo de la segunda planta, el adorador ferviente de la Capilla del Carmen, el amigo leal de quienes tenemos la suerte de tratarle. A mí siempre me dejaba suave su consulta, convencido de que nunca me pasaba nada y si me pasaba qué importaba y si importaba qué pasaba. Salvo en caso de rigor mortis para Ramón todo era normal, así que cuando me decía “Respira hondo” pensaba que era protocolo para normalizar mi sístole, diástole y barriga. La anécdota del paciente que le pregunta a su doctor: “¿Perderé los ojos?” y este tranquilamente le contesta: “No lo sé, yo se los he puesto en el bolsillo” quizá sea apócrifa pero a Ramón le viene como de molde y si, además, te lo dice sonriendo, pues para qué quieres más. Y uno, que anda estos días reflexionando sobre el dolor y la tristeza, medita que Ramón ya lo hizo antes y que se puede sufrir (o ver sufrir), se puede llorar, pero estar triste, no. Que la tristeza no solo es aliada del enemigo sino enfermedad del alma (y del cuerpo). Humanamente puede resultar contradictorio pero cristianamente (de eso Ramón también sabe) con la gracia de Dios es posible, no porque nos guste el sufrimiento (sería estúpido y absurdo) sino porque tenemos en el dolor, la contrariedad, la limitación, una ocasión de asemejarnos a quien llevó la cruz por nosotros. Ser felices en el sufrimiento es un misterio, pero el de la Cruz nos dijo: “Os he hablado de todo esto para que mi alegría esté en vosotros (para que estéis contentos) y vuestra alegría sea completa”. El deseo de Dios es que estemos contentos y, para esa felicidad, la fórmula no es tener una vida cómoda sino un corazón enamorado. Pura vida. A partir de ahora Ramón: “…al nacer cada mañana/ tan solo le pido a Dios/casa limpia en que albergar/pan tierno para comer/ un libro para leer /y un Cristo para rezar. Que el que se esfuerza y se agita/nada encuentra que le llene/y el que menos necesita/tiene más que el que más tiene”. (José María Pemán). Y sí, mi querido Ramón, respirando hondo.



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