Rafael Angulo Sanchís

Periodista


Vino un ángel de blanco y me dijo que me tenía que sacar sangre para una analítica; le dije, quien me mandaría a mí, que tenía las venas muy finas y la piel muy gruesa, que le iba a costar mucho. Condescendiente me miró y acertó a decir: “Cuando salgas busca en Google el efecto Pigmalión”; a continuación, en un plis plas y sin yo notarlo me sacó el plasma que quiso.

Sucedió en el hospital de Mérida, planta tercera, ala de cardiología y oncología, aunque allí estacionan de casi todo: doy fe de que las enfermeras son de premio nobel, de eficacia magistral, de carácter benévolo y paciente, confortan cuerpos y almas y atienden vida y corazón (sobre todo, eso), soportando a esos heridos que pasamos por allí, algunos ingratos ante los esfuerzos de estos ángeles blancos. Y quien dijo blancos dijo verdes o azules. Da gusto como aprietan con firmeza carne ajena para recuperar perdidos latidos.

Este junta letras ha tenido ocasión de comprobarlo durante unos días, allí cansino, ahora parece que fueran un suspiro y, tras el susto, (vulgo jamacuco), es de justicia reconocer que tenemos unas profesionales (unas menos uno, allí los hombres estamos de muestra) que ejercen su trabajo con una dignidad que ennoblece la profesión de Enfermería.

Y hablando de unas, también es casualidad que la médico de guardia (residente neumología), la médico de la UCI que me puso el marcapasos (¡gratitud eterna, Isabel!) y la doctora que corriendo vino cuando el síncope, fueran mujeres. A la postre me trataron como a Don Quijote pues “Nunca fuera emeritense de damas tan bien servido, como fuera este periodista cuando al hospital vino, enfermeras cuidaban de él, ángeles de sus gemidos”. A todo esto, allí mismo, en la tercera, le dije a uno de mis hijos (¡menudas vacaciones os he dado!) que mirara el “efecto Pigmalión” que indica la influencia de las expectativas en el esfuerzo o la motivación (la actitud, que diría mi hermano Artemio) en el rendimiento de una persona.

Y siendo ese efecto benéfico, prefiero pensar que, en el hospital, esos ángeles blancos han contribuido (junto a médicos y otro personal) a aplicarme el efecto Kintsugi, esa técnica centenaria japonesa que consiste en reparar las piezas de cerámica rotas y en lugar de disimular las rajaduras y las líneas de rotura, se les otorga un nuevo valor y se las hace más visibles utilizando polvo de oro o plata líquida. O sea, poniendo un marcapasos.



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