Antonio Vélez Sánchez 

Ex – Alcalde de Mérida


 

Si realizáramos un recorrido por esa mezcla de ficción y realidad que es la literatura, encontraríamos como Mérida está señalada por los mas notables creadores. Pocas ciudades han marcado tanta impronta literaria como la nuestra, asombrando a viajeros ocasionales con su espectacular presencia monumental o atrapándolos por la brillante sugerencia de su pasado. Ya contamos como apresó emotivamente Mérida a Larra, cuando, camino de Lisboa, hizo un alto para deambular por sus magnificentes despojos. Cree oportuno este esforzado narrador recordar a quienes, desde una dimensión literaria notable, dejaron constancia de nuestra significación, ante el mundo y la Historia.

Terenci Moix fue uno de esos creadores tocados por la gloria. Tan solo cuatro años después de ganar el Planeta, Octubre de 1986, con “No digas que fue un sueño”, había vendido ya un millón de ejemplares de su novela, convirtiéndose en uno de los escritores mas leídos en lengua española de todos los tiempos. Un año antes de su triunfo vino Terenci a Mérida, a sentarse en las venerables piedras de nuestro “marco incomparable”. Lo hacia como adaptador de una obra de Oscar Wilde – Salomé – que interpretaría Nuria Espert, con la singular dirección de Mario Gas. Todo un trío de ases para la Historia de los bimilenarios mármoles.

Recuerdo, entonces, su aspecto “desvalido”, con una cabeza de bola de billar, en la que empezaban a prosperar los implantes capilares con los que pretendía superar el trauma de su calvicie prematura. Eso si, en su mente volaban todavía las intenciones, frustradas, de haber llenado de elefantes la escena, para redondear los “efectos especiales” de su versión del texto del inmortal irlandés. Fue, no obstante, la penumbra del baño desnudo de una Nuria Espert, que acababa de iniciar su cincuentena, lo que mas impresionó al graderío, aunque el se quedara huérfano de paquidermos. Creo que fue por entonces cuando empezó a enamorarse de Mérida. Ocurría cuando declinaba aquel Junio del ochenta y cinco.

Dos años después le invitamos a inaugurar la Feria del Libro. Aceptó encantado y se prodigó en afectos mientras firmaba libros “a barullo. No cobró honorarios por su presencia, tan de rabiosa notoriedad en aquellos momentos. Mérida se le había metido tanto en su alma que no dejó nunca mas de halagarla, a la menor ocasión. Tanta que en su obra “El peso de la paja”, su mejor creación según los críticos, escribe : “El tiempo ha volado tan rápidamente que me encuentro en una primavera de 1987. El niño de ayer ha acudido a Mérida cumpliendo un destino que no llegó a calcular ni el mas loco de sus sueños de infancia. Firmar en la Feria del Libro ejemplares de su novela “No digas que fue un sueño. ¿ Y que es este niño, en Mérida?. Ya no es, soy”.

Terenci dedica a Mérida, en esa obra de memorias, subtitulada como “El cine de los sábados”, nada menos que tres paginas con pasajes rotundos: “Así, en los amados solares de Mérida, descubrí un día que todos aquellos mares inciertos chocan estrepitosamente en el océano mayor de mi sexualidad y acaban engulléndola”. Cuenta una aventura ocasional en la calle John Lennon y ensalza a la Ciudad con vehemencia. Aparece así Mérida, compartiendo sitio con Barcelona y Roma, en exclusiva, desde la página 203 a la 205 de la edición de Plaza Janés.

Vino el escritor muy frecuentemente a Mérida. Especialmente en los años en los que andaba obsesionado con la saga de los Ptolomeos, los “Cleopatridos” como los denominaba jocosamente. Tanta era su fijación con el trayecto final de aquella dinastía egipcia, tras publicar “El sueño de Alejandría”, la segunda parte del Planeta, que se empeñó en buscar la continuación generacional de la “faraona”. De esa forma aseguraba que el busto del Museo que conocemos como “La Gitanilla”, era una hija de Cleopatra y Marco Antonio, concretamente Cleopatra Selene, que la mujer de Augusto, Livia, casó con un hijo del rey de Marruecos. Así es que el inquieto Terenci andaba compartiendo su tiempo entre la Enciclopedia Británica, y otras fuentes documentales, y sus horas de contemplación de una singular escultura de exclusivo peinado.

Su ritmo afectivo hacia Mérida, por su pasión hacia el mundo antiguo, le hacia manifestar toda la admiración hacia nuestra Ciudad en muchísimas ocasiones. Bien lo demostró cuando dirigía y presentaba aquel programa televisivo, en la primera cadena, que se titulaba “Mas estrellas que en el cielo”. Igual que en sus artículos de algún dominical de la prensa de Barcelona, en los que se declaraba ferviente admirador de la “Roma Española” y su mezcla de clasicismo y modernidad. Una buena propaganda, sin duda, para este viejo solar y sus pretensiones turísticas.

Tengo la seguridad de que Mérida se ha valido, a lo largo de su Historia, de quienes llegaron aquí, para quedar prendados de su irrepetible legado monumental. Puede estar en el hecho literario una de las razones por la que esta Ciudad será siempre eterna. Y es por ello que deberíamos rendir tributo permanente a quienes nos ensalzaron en las páginas de sus obras escritas. Por ello asume el reto este narrador de llevar a sus lectores, con renglones sencillos, el recuento de aquellos notables escritores que incluyeron a Mérida en sus relatos. Uno de ellos, quizás el mas reciente, es Terenci Moix. Y en su memoria recreo esta leve constancia de su señalado paso por Emérita.

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