Rafael Angulo
Periodista
Salían de Mirandilla dos labradores de camino a un campo, uno de ellos llevaba del ronzal una vaca, al pasar por una charca (eran aquellos gloriosos tiempos en los que llovía, la naturaleza aún no se había enterado del cambio climático) se encontraron a un orondo sapo, lo que provocó, en uno de ellos, un gesto de asco y repugnancia. El otro, por llevarle la contraria a su compadre, le dijo que el sapo es un animal como cualquier otro. “¿Tú serías capaz de zamparte un sapo?”, arguyó el de la vaca. “Me lo comería si hubiera necesidad”, respondió. Discutieron y al final apostaron: “Te doy la vaca si eres capaz de comerte el sapo”. Impulsado por la codicia, con los ojos cerrados y conteniendo las náuseas, agarró al bicho y empezó a tragárselo. El otro, aterrorizado ante la posibilidad de quedarse sin vaca, le propuso: “¿Me devuelves la vaca si soy capaz de tragarme la mitad del sapo que te queda?”. El comedor de sapos aceptó la propuesta porque el asco que sentía lo superaba y le alargó el pedazo que aún no había devorado, que su compadre se puso en la boca sin abrir los ojos. Después, siguieron su camino, silenciosos, y, al rato, se pararon, al tiempo que, mirándose fijamente, se preguntaban horrorizados: “¿Y por qué nos habremos comido el sapo?”.
No seré yo quien diga que nunca me he tragado un sapo, pero los que están engullendo algunos conocidos socialistas (o del Psoe, que ya no es lo mismo) son pantagruélicos. Tragando y aplaudiendo. Están dispuestos a comerse el sapo de la amnistía, indigesto y venenoso, la cabeza del referéndum, la pócima de la injusticia mientras, los otros, los independentistas, a lo mejor mordisquean la Constitución, pero sin pasarse (de momento). Y sin ganas, solo por seguir ordeñando la vaca (y con ella, a nosotros). Son peores que las cabras, que tienen la boca llena de piedras.
Yo no pensaba escribir de esto, pero es que ya tengo una edad en la que hay cosas que me importan un rábano que, este sí se come, aunque un poquito amargo y picante ya es, claro que peor sabe un sapo.
