Félix Pinero

Periodista y escritor


 Era natural de Plasencia (Cáceres). A los 22 años se marchó de su ciudad a Cataluña para buscarse la vida fuera de su Comunidad de origen, y se hizo policía local de un municipio catalán (véase https//:politica.elpais.com, de 21/08/2017). Frisa la cincuentena. Tan español, pues, como catalán, aunque el consejero de Interior de la Generalitat, Joaquim Forn, explicara el sábado 19 en una entrevista en su televisión autonómica que, «entre las víctimas de Barcelona y Cambrils, se han identificado a dos personas catalanas y dos personas de nacionalidad española» (véase www.elespañol.com, de 19/08/2017), dando por sentado que ni los catalanes son españoles ni los españoles, catalanes. Tienen nacionalidades diferentes…, como si los autores de los atentados hubieran diferenciado tan bien las quince vidas segadas por el terrorismo y sus nacionalidades distintas y diversas, entre ellas cinco españolas, de cuya procedencia y semblanza daba cuenta ayer un periódico catalán (véase https//: elperiodico.com/es/barcelona, de 20/08/2017).

            Todos pudimos verle corriendo hacia un vehículo camuflado de la policía autonómica, en chanclas, con su polo azul y sus bermudas, relata la crónica. Nos preguntábamos si sería también un mosso camuflado; pero no: era un policía local placentino, ahora catalán –no español, según el consejero de Interior– que se encontraba con su familia tomándose un helado en una terraza. Al oír unas detonaciones, y observar a cientos de personas corriendo por el paseo marítimo, su instinto policial le hizo percatarse de que algo raro ocurría. Observó a un chico muy raro, lanzando proclamas en árabe. Corrió tras él, sin saber que fuere terrorista (los otros cuatro compañeros ya habían sido abatidos por los mossos). Pretendía huir; lo tuvo frente a frente; le confesó que era policía; pero estaba fuera de servicio; no tenía ningún arma, como el hombre latino que tan bien le cercó, junto a él. Llegaron los mossos en un vehículo camuflado. Él les gritó «policía, policía, soy policía». Después, grita: «Abajo, abajo» y, en seguida, los agentes le abatieron. Posiblemente, el quinto terrorista de Cambrils no pudo cometer más acciones asesinas, como la de su compañero que acabó con la vida de una mujer herida con arma blanca natural de Zaragoza, y fallecida después en un hospital de Tarragona, donde fue ingresada.

            Los políticos catalanes han echado por tierra la unidad solicitada por todos, la unidad que proclamaba ayer en la Sagrada Familia el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, que apelaba a la sociedad en su conjunto a «ser artesanos de la paz» y a estar unidos con «el objetivo común de la fraternidad, el respeto y el amor solidario» porque «la unión nos hace fuertes y la división nos corroe y nos destruye». (véase www.lavanguardia.com, de 20/08/2017).

            Cuando los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils del pasado jueves nos han ofrecido tantas muestras de solidaridad humana, los políticos catalanes han escenificado la desunión institucional, aunque hayan aplaudido la coordinación policial: «el proces seguirán adelante» (presidente Puigdemont). Frente a la unidad de la sociedad y de la entrega de las fuerzas policiales, que han antepuesto el servicio a la sociedad y a los ciudadanos por encima de cualquier otra consideración de banderías y nacionalidades, la desunión política de los independentistas se ha alzado por encima de la unidad de la sociedad. Si la lección de separatismo del consejero de Interior fue suprema, nada digamos la actitud de su president con lo del proces seguirá adelante, o la más reciente de la CUP, que afirma que «no asistirá a la manifestación del próximo sábado en Barcelona si a ella acuden el Rey de España y el presidente del Gobierno español (véase www.elplural.com, de 21/08/2017).

            Hay que ser zoquetes para no reconocer la evidencia, como la del policía local natural de Plasencia, ahora catalán y también español, o la del actual entrenador del Barça, Ernesto Valverde Tejedor (Viandar de la Vera, Cáceres, 1964), como para volver a repetir aquel lamentable titular aparecido en un periódico en 2003: «Mueren dos personas y un portugués.» Como si nuestros vecinos –ayer representados en la Sagrada Familia por su presidente y primer ministro, porque también perdieron a dos de sus compatriotas– no fueren personas, ni españoles ni catalanes. Como si estos cacereños no fueren españoles por el hecho de compartir ahora trabajo con los catalanes, o fueren solo catalanes y no españoles. A los extremeños residentes en Cataluña desde hace años, no son quiénes los independentistas para darle lecciones de extremeñidad, españolidad o catalanidad, que todo cabe en el corazón humano. Y lo dijo un día en Plasencia un exalcalde de Barcelona, Joan Clos (1997-2006).

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