Cristina Martín Sánchez

Concejala del grupo Municipal de  Ciudadanos en el Ayuntamiento de Mérida


Pamplona. Igualada. A Pobra do Caramiñal. Mijas. Manresa. Alcàsser. Siempre la misma historia, la de una mujer que sale de casa y no vuelve, o que vuelve, pero lo hace destruida o vejada de una forma u otra. Desgraciadamente, no es la excepción, no es una situación aislada, es la manera en que las mujeres aprendemos a vivir.

La última víctima tiene 16 años y salió de fiesta con sus amigos. Acabó tirada en una cuneta, desnuda, inconsciente, brutalmente agredida. No recuerda nada, pero lo primero ya ha dicho es que, de algún modo, se siente culpable por lo sucedido. Quizás ahora crea que su ropa, o que las altas horas de la madrugada, o que el lugar no muy concurrido incitó a unos miserables a violarla, pero no, aquí solo hay un culpable, o varios, que son los monstruos que violan y matan. La chica afronta ahora una recuperación física, pero sobre todo psicológica y emocional, unida también al ruido mediático, la atención y el señalamiento público.

De esa agresión tiene que recuperarse, sobre todo, ella. Pero también nosotras. Porque su cuerpo tirado en el suelo de un polígono es esa imagen que se nos vienen a todas para recordarnos que no debemos confiarnos. Ayer, hoy, mañana, pasado, las mujeres que salgan de fiesta, o que crucen un parque, que atraviesen un descampado, que se suban a un autobús nocturno, o que queden con un hombre a cenar, con el que quizá quieran subir a casa tendrán, de fondo, a esas chicas en su cabeza.

Y es que los datos en este sentido dan miedo por si solos, ya que el 40% de las mujeres que viven en ciudades evita pasar por ciertos lugares por razones de seguridad. De los 186 millones de mujeres adultas que viven en Europa, 62 millones, es decir, una de cada tres, ha sufrido violencia física o sexual. Una de cada 20 ha sido violada.

Los datos también indican que solo el 8% de las mujeres que sufre violencia sexual la denuncia. Entre otros motivos, por la vergüenza y la culpa, esa culpa que la chica de Igualada, como muchas otras ya siente, y que las marcará de por vida.

El miedo puede ser un buen mecanismo que nos ayuda a saber cuándo tenemos que huir o pelear para salir adelante. Pero es también una horrible herramienta de control, que nos domina e inmoviliza ante muchas situaciones que se nos presentan.

La incomodidad del tipo que te acecha o que te sigue, el hombre que se pone pesado una noche en un bar, la estrategia que anticipamos para volver a casa, el miedo en la calle, la inquietud en el portal, no perder de vista tu copa, la duda de si irte sola a casa, la llamada con tu amiga para confirmar que has llegado bien, el baboso al que no sabes cómo pararle los pies en el trabajo.

Muchos ejemplos, mismo miedo.

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