Antonio Vélez Sánchez 

Ex – Alcalde de Mérida


 

Aquellos tiempos mejor que no vuelvan, aunque no esté de mas recordarlos, porque cualquiera sabe, con la que está cayendo. Desde la sociedad de consumo, parecen muy remotos los días en los que la pequeña Ciudad navegaba, como tantas otras, entre las difíciles olas de un sistema económico en circulo cerrado, eso que llamaban autarquía. En la practica significaba que la moneda corría mas bien poco y las filigranas que había que hacer para subsistir eran múltiples y dificultosas. En gran medida se basaban, en el autoempleo que procuraban los oficios y en el ahorro que garantizara la vejez o las enfermedades, porque la cobertura universal de sanidad y pensiones era simplemente una utopía.

Los zapateros abundaban en exceso, tanto que es difícil recordar alguna calle de cierta entidad donde no habitara alguno. El buen calzado era una garantía de salud, por la rigurosa creencia popular de que las enfermedades “entraban por los pies”. Así es que el asunto era llevarlos calentitos en invierno y para eso estaban las botas que había que renovar, cuando nuestro crecimiento lo hacia inevitable. Llegabas al taller de zapatería, donde lucían los moldes de madera y las hormas para estirar al máximo, si no había hermanos menores que heredaran lo que se quedaba chico. Te tomaban medidas y se elegía el cuero mejor, las badanas para las lengüetas y los detalles de refuerzo, de punteras y talones, con los que nosotros pretendíamos ganar acometividad, blindando aquellas terroríficas piezas, con todos los remaches y tachuelas, mientras que nuestros padres se esforzaban en garantizar su perdurabilidad, exigiendo fortaleza en los flancos que mas gastábamos.

Ese era el mejor menester creativo de aquellos zapateros que, a la par, también funcionaban como “remendones”, porque el gasto había que amortizarlo, hasta su ultima posibilidad. Así es que a los zapatos se les “echaban” tapas, medias suelas y parches, tan maravillosamente cosidos que hoy hubieran sido un “puntazo” estético y “fardón” tan comparable al éxito que tienen ahora los vaqueros repasados. Claro que entonces aquellos remiendos eran mas bien síntomas de otra cosa.

Otra profesión que se aprendía a conciencia era la de sastre. También abundaban en Mérida, porque lo del “pret a porter”, no estaba generalizado. Eran un oficio exigente y mas distinguido que el de zapatero, sin ningún genero de dudas. La mayoría de las sastrerías tenían sus piezas de tejidos, a tono con las modas del momento. Color liso y oscuro, a rayas en fondo gris, escocés, alpaca, cheviot de tonos mas vivos… El genero mas sobresaliente era el que venia de Béjar, lana de oveja con buena textura y que recibía las alabanzas de los maestros. Los nuevos “artículos” que empezaron a desplazar los paños salmantinos, sustituyéndolos por mezclas y fibras sintéticas, llegaban de Sabadell y Tarrasa. Es de sobras sabido que entre vascos, con sus hierros, y catalanes, con sus tejidos, se repartieron la patria económica de aquella larga posguerra.

Estrenar un traje era cosa extraordinaria. Ocurría de tarde en tarde, por acontecimientos puntuales, como una boda, o cuando ingresamos en la “Preparatoria” del Instituto. También las modas influían en la renovación, como la ilusión de nuestras madres por vernos prestantes y guapos. Hubo un tiempo de autentica pasión por los bombachos y por las corbatas escocesas que venían con el nudo hecho y una goma para ajustarlos al cuello de la camisa.

Ir a que te tomaran medidas era una cosa tan seria como visitar al Medico. Había que estar bien quietos cuando te circulaban el metro por la entrepierna, por si acaso, que de todo había en la viña del Señor y se

hablaba lo propio y lo ajeno. Y a nosotros, niños de aquella sociedad
marujona y radiofónica, no se nos escapaba una, entre todo lo que circulaba. Luego venían las pruebas y los arreglos, que si “parece que le tira de este hombro”, que si “le queda cargado de espaldas” o que “de lejos se ven como arrugados por el culo – con perdón – los pantalones”. Cuando al fin llegabas a casa con el producto a gusto de todos, las visitas no paraban y antes de estrenarlo desfilabas con el cuarenta veces, entre alabanzas – ¡¡deja de moverte tanto, narices¡¡ – a la caída del terno y a las manos del sastre.

Luego había que agregar los complementos. Para eso estaban las camiseras que eran legión en Mérida, aunque a mi pandilla nos tiraba la querencia de María Fragoso, taller y Academia de elegante tono, mas que nada porque, aparte de su fama, vivía en la calle y además tenia un batallón de alumnas que andaban de guaseo a todas horas. Por la cosa del “tonteo”, ya se lo pueden imaginar.

Sobre calzoncillos debo hacer notar que mi pandilla ya usó, quizás por pudor varonil y discreción materna, los manufacturados de la marca “Cañamás” o la Tortuga, aunque no nos fueran ajenos algunos, de “pierna entera”, que aun lucían nuestros abuelos y cuyo origen era, sin duda, manual.

Es justo recordar que, aunque la nomina era mas modesta, también hubo en Mérida muy buenas sastras. Para mi la mas paciente y apacible fue Bernardina que era de la familia y vivia, sin saberlo, sobre los monumentales baños romanos de Parejos. Por eso quizás se sentia uno allí tan a gusto, flotando sobre los efluvios de una historia solemne.

Aunque de todas aquellas instantáneas, aparte de un traje que me hizo Lázaro y que no había forma de romperlo, recuerdo a un niño, mas bien chato, que calzaba botas ortopédicas para reconducir sus pies a la normalidad funcional. El problema es que cuando llegaba el verano seguía con esas botas, bien amarradas, mientras nosotros lucíamos sandalias pintadas, con crema blanca marca “Búfalo”. Era un tormento verlo correr a nuestro lado, con sus pies aprisionados en aquellos infiernos blindados. Todavía me asalta aquella imagen con preocupante nitidez. Y aseguro que me produce la misma sensación de ternura que entonces nos inspiraba.

About Mérida Digital

Toda la información relacionada con Mérida y su Comarca

View all posts by Mérida Digital

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.