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Carmelo Arribas Pérez




No es cierto que la mujer no tuviera un papel relevante en la historia de la sociedad, pero lo que ocurrió, es que sobre todo, en el S.XIX se coloca sobre ella un manto de invisibilidad, que oculta o  tergiversa todas sus actuaciones. Basta una somera mirada a la historia para encontrarse acontecimientos conocidos, como la defensa de Inglaterra por Catalina,  hija de los Reyes Católicos y casada con Enrique VIII, que en su ausencia cabalgó al frente de las tropas que derrotaron y dieron muerte al rey de Escocia en 1513, diciendo que no había hecho otra cosa sino lo que le había visto hacer a su madre Isabel. Sin embargo, declinó el mérito de la victoria, como si este hubiera sido  de su esposo. Esta mujer tenía una gran formación cultural y grandes capacidades intelectuales, conociendo,  además del español, el francés, flamenco, inglés y el latín. Pero sin embargo,  ha pasado prácticamente desapercibida. Y esta situación,   no es sino una más  de lo que le pasó a tantas grandes mujeres, que han tenido un gran peso en la historia, pero que prácticamente son invisibles. ¿Y tuvo que ver, algo,  en esta invisibilidad España? Pues no. Como en tantas cosas, quien estaba detrás de este hecho, era Inglaterra, y su origen fue la sociedad victoriana, decimonónica, y curiosamente la gran protagonista de esto, fue una mujer, la reina Victoria de Inglaterra.  Tan llamativa e injusta fue esta situación, que surgió  una  reacción para evitar ciertas cosas e instaurar lo que se han  denominado “derechos de la mujer”.

Y es bien cierto, que una imagen vale más que mil palabras, y tras la visión de  las representaciones de la mujer en el arte, a través de los tiempos, podemos comprender su situación social en cada época. Pero el problema es que los que pintaban los cuadros, eran hombres y la percibimos desde su visión.
Conscientes de esto  en el 1984, un grupo de artistas feministas crearía las llamadas «Guerrilla girls», para promocionar la presencia de la mujer en el mundo del arte «oficial», y romper los estereotipos, en los que la mujer era la modelo, pero no artista. Las miembros del grupo originario siempre llevaban en sus presentaciones públicas una máscara de gorila. Porque decían que nadie en su entorno (ni familias, ni compañeros, ni maridos) conocía su identidad, a excepción hecha, decían irónicamente, de sus respectivos peluqueros.

Uno de los carteles de su reivindicación decía,  que en los Museos, de Estados Unidos, como en el Metropolitan, menos del 3% de las mujeres eran artistas, pero el 83% de los desnudos, eran femeninos.

Boccaccio, en su libro: «Mujeres nobles y renombradas», muestra ilustraciones llamativas, para el concepto general que se tiene de la situación de la mujer en el s.XIV, en las que aparece la pintora Marcia realizando su autorretrato, y preparándose ella misma sus propias pinturas,  y es que  el trabajo manual estaba mal visto en mujeres de cierta cultura. Pero a pesar de todo, hubo algunas pintoras y escultoras que formaron parte del taller de sus padres y posteriormente siguieron pintando o realizando esculturas como Artemisia Gentileschi, o Luisa Roldán «La Roldana» que fue escultora de la Corte de Carlos II y de Felipe V, y  a la que se le atribuye la imagen de la Macarena sevillana. El que en algunos libros aparecieran ilustraciones, de pintoras y de alguna escultora trabajando una estatua posiblemente de una virgen, intenta mostrar que la Iglesia, era su principal cliente, rompiendo de este modo la imagen de una discriminación.

A veces, la imagen que nos ha llegado de ciertos personajes, no tiene nada que ver con la realidad, que nos muestran sus actitudes, como  ocurre con Felipe II,  el «Prudente», hombre serio y pacato, según se le ha transmitido que quizás, no lo era tanto como  puede verse por su interés de ver los desnudos desde todos los ángulos, según se desprende de la carta que le envió Tiziano, explicándole uno de los cuadros que le remitía. «Y porque la «Dánae» que ya envié a V.M., se veía por la parte de delante, he querido en esta otra poesía variar, y hacerle mostrar la contraria parte, para que resulte el camerino, donde había de estar, más agradable a la vista. Pronto os mandaré la poesía de Perseo y Andrómeda, que tendrá una vista diferente a estas; y también Jasón y Medea».

Pero no todos los reyes pensaron igual, la sensualidad de las «Tres Gracias» de Rubens, las Venus de Tiziano, de Annibale Carracci, y Francesco Albani, o «Hipomenes y Atalanta» de Guido Reni, fueron consideradas por Carlos III como lascivas y mandó quemarlas. Menos mal que las gestiones del pintor de cámara, Antonio Rafael Mengs y del marqués de Esquilache, le convencieron para que las confinara en la «Casa de Rebeque». Es evidente que frente a la represión «oficial» y los conceptos de castidad que se les exigía fundamentalmente a la mujer, estas representaciones estaban consideradas un arquetipo de belleza, que servía como excusa para poder contemplar su cuerpo desnudo, convirtiéndose socialmente en una «mujer objeto» «o «florero», utilizando los artistas subterfugios de mitologías clásicas que pudieran conseguir escapar de las rígidas normas sociales que impedían verla desnuda. Ramón J. Sender, nos cuenta en su “Carolus Rex”, cómo un fabricante de Zamora envió, en una caja, trescientos pares de medias a la reina, esposa de su majestad Carlos II. Una de sus damas se negó a recibirlas, y exclamó ofendida y enfadada: ¡La reina de España no tiene piernas!

Este sentido del pudor era tan grande que Mariana de Austria esposa de Felipe IV, murió de un «zaratán», un cáncer de mama, que ocultó a los médicos, por vergüenza de mostrar sus pechos, hasta finales de marzo de 1696, muriendo el 16 de mayo. Isabel la Católica, tuvo que cumplir la costumbre castellana impuesta desde la época de Pedro I el “Cruel”, que para otros fue “El Justiciero,(1334-1369)”, cuya madre fue acusada de hacer pasar como hijo suyo al de un judío, y esta costumbre, era que en el parto tenían que estar presentes varios caballeros, como testigos, para impedir posibles fraudes. Así pues, la  reina cumplió este ritual con una condición, que su cara estuviera cubierta con un velo, de esta manera esta prenda conseguía dos objetivos, por una parte ocultaba su pudor y vergüenza, por tener sus partes pudendas a la vista de los testigos y por otra, impedía que nadie pudiera detectar en su rostro signo de dolor o flaqueza de ánimo. «Guardaba tanto la continencia del rostro, que aun en los tiempos de sus partos encubría su sentimiento, e forzábase a no mostrar ni decir la pena que en aquella hora sienten o muestran las mujeres». Nos dice el cronista de los Reyes Católicos Hernando de Pulgar. Este pudor les haría sufrir no pocos contratiempos, Isabel de Farnesio esposa de Felipe V, en una cacería, cuando iba a galope, se cayó del caballo siendo arrastrada, enganchada por el pie en un estribo. Al tener las piernas al aire, nadie se atrevía a sujetar el caballo para no ser acusado de haber mirado partes íntimas de la reina, la rápida intervención del Duque de Arco, Alonso Fernández Manrique, montero mayor de Felipe V, que contaba con gran aprecio por ambos reyes, consiguió liberarla.

El problema, como se puede apreciar y que se presenta en la interpretación de los cuadros, es el partir, para captar su sentido, de postulados feministas corrientes en la actualidad, que nos harían malinterpretar el contexto en el que fueron creadas, y que son el notario de las ideas y la cultura social del momento. Así los pechos marcados y los vientres abultados, nos mostrarían los conceptos en los que la mujer es fundamentalmente «madre» y su función gira alrededor de la continuidad de la especie, de ahí que todo aspecto sexual queda relegado a un segundo plano.

Pero todo esto y mucho más ya es el pasado.

 

Carmelo Arribas Pérez

 

 

 

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