Antonio Vélez Sánchez
Ex-Alcalde de Mérida
¿Porqué no sondearlas?. A fin de cuentas la época en la que tan efímeramente vivió la doncella emeritense fue muy significativa. Indro Montanelli en su “Historia de Roma” describe el largo periodo de anarquía que, durante cincuenta años, precedió a Diocleciano. Este compartió el poder con Maximiano, al que designó segundo emperador. Fue su “Tetrarquía” la más inteligente solución para recobrar la estabilidad perdida: Dos emperadores, y dos cesares adjuntos, situados estratégicamente en el territorio.
Es obligado reconocer que Diocleciano fue un obsesivo reformista de todos los pilares que sostenían la sociedad romana: El ejército, la administración, el territorio, la fiscalidad, la agricultura. Propició con ello dos décadas de cohesión y preparó el camino de Constantino el Grande. Además favoreció a Emerita, designada cabeza de las Diócesis Hispaniorum, la primera capital peninsular.
Es un hecho constatado que, en aquel periodo, hubo un éxodo masivo al campo. La nueva legislación rural que permitía las grandes concentraciones de fincas, bajo un señor dominando a los pequeños colonos, impulsó la explotación de la tierra. Aquel sistema sustrajo brazos de las ciudades y los ricos derivaron dinero a la agricultura, con lo que se libraron de los fuertes impuestos que requerían el inmenso aparato administrativo y la maquina militar. Es decir, que parte de las estructuras productivas y de capital se deslocalizaron, como ocurre ahora con la globalización.
¿ Y en que podía afectarle a Eulalia tal estado de cosas ?. Pues seguramente en mucho, porque si pertenecía a una familia de notables disfrutaba de un ato nivel de educación. Y también de información sobre los avatares políticos. Es previsible, por tanto, que en aquella casa se respirara un aire ilustrado y critico. ¿ Podría haber sido su padre un alto dignatario, o un brillante militar, forzado al retiro, o desterrado aquí desde Oriente ?. De haber sido así la contestación al poder estaba servida en su familia, y los niños, ya lo sabemos, son esponjas de las ideas que circulan por el ambiente doméstico.
Entre todo aquel magma social y político el cristianismo era una levadura que unía a muchos, desde antes de Diocleciano, contra un sistema que se descomponía. Su principal vehículo de difusión era el ejército para el que la humildad y honradez cristianas encarnaban la mejor referencia de moralidad para quienes, procediendo de los estratos sencillos de la sociedad, habían abrazado la carrera de las armas. Pero el nuevo Estado, en su intención monolítica, no admitía disidencias y espiaba a los cristianos, por mandato imperial.
Los representantes del poder en Emérita tenían órdenes estrictas de recabar pruebas de adhesión a quienes suscitaban recelos políticos. ¿Qué problemas tenia Roma con otras creencias que no fueran las oficiales?. Ninguno, salvo que se les presumiera capacidad desestabilizadora. Y eso es lo que achacaban a los cristianos, y a Eulalia, por defender, tan convincentemente, la necesidad de un nuevo orden.
Es difícil comprender que una niña santa, sin más, expandiera su devoción tan espectacularmente. Es verdad que la persecución de Diocleciano fue muy violenta y que la jerarquía eclesiástica magnificó su martirio. Pero eso no es suficiente para explicar la relevancia que tuvo para la cristiandad. Debió existir algo más. Tal vez el tono moral de su discurso, con la caridad y la piedad como nuevos valores de cohesión social. Los mismos que, nueve años después de su martirio, hicieron que Constantino legalizara el cristianismo, para luego convertirse en la religión oficial del Imperio. Y no por capricho sino por conveniencia política, por su fuerza ideológica unificadora. Justo lo que pudo defender Eulalia en sus encendidos parlamentos.
Eulalia fue la Santa más notable de la antigüedad. Su referencia, en la edición completa del Espasa, es la más repetida tras Santa Maria y Santiago. Tal vez su calado se debió a la claridad con que proclamó sus ideas, y quizás tengan razón quienes sostienen que su nombre – “la bien hablada” – no es el de su nacimiento, sino el que ganó con su capacidad dialéctica. Es así que deberíamos apostar por una Eulalia “progre”, contestataria, analítica, con un discurso de religiosidad articuladora, social, humanitaria. Tal vez por ello caló tanto en el pueblo, hasta el extremo de que su Santuario se significó como lugar de peregrinación, especialmente tras la conversión de Recaredo y la estabilidad político-religiosa que ese hecho aportó.
Un siglo y pico después Guadalete cambió todos los rumbos. Las huellas de una cultura se borraron y los caminos desaparecieron para convertirse en campos de batalla. Emerita se oscureció y la herencia de Eulalia fue reclamada para otras urbes. Y aun así lo peor estaba por llegar. Ocurrió cuando los leoneses, en el afán por garantizarse pastos de invierno para sus rebaños, forzaron la maquina de guerra y eso reavivó el fuego general del enfrentamiento religioso. Fue justo el momento en el que se necesitó una advocación que ya no podía ser la de una niña culta y pacifista, sino la de un patrón rudo y guerrero. Así es como se inventaron a Santiago, “matamoros”, para sustituir a Eulalia. Pero eso ya es otra historia.