Óscar Fernández Moruno
Concejal de Unidas por Mérida (Izquierda Unida-Podemos)
Ayuntamiento de Mérida
Llevamos ya un tiempo largo, incluso antes de la elección del nuevo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, con los mensajes de “prepararnos para la guerra”, a través de un “goteo” de noticias y mensajes sobre la imperante necesidad de “rearmarse”. Lo curioso es que este bombardeo empezó en países que la producción y venta armamentística, la industria militar, tienen un peso e importancia determinante en sus economías nacionales, sobre todo en los propios EE.UU.
Con la elección de Donald Trump, se ha acelerado hasta niveles de violencia diplomática y de guerra comercial, nunca vistas en las últimas décadas. Me refiero, “nunca vistas” entre estados soberanos dentro del bloque de la OTAN, y de sus países satélites supuestamente aliados y amigos, ya sean democracias o dictaduras de regímenes feudales que nunca son cuestionadas ni sancionadas por las potencias occidentales (fundamentalmente las monarquías de la península arábiga). Nuestros supuestos aliados, además han comenzado una guerra económica a través de amenazas de imponer aranceles. Con amigos así, no hace falta tener enemigos.
Los gobernantes de estos países, que viven por y para la industria militar aprietan y aprietan más y más -nunca han dejado de hacerlo – desde que sus nuevos gobernantes administran con fanatismo e infantilismo ultraliberal. Pero para vender, antes nos tienen que convencer del peligro de esas amenazas, como si se tratara de la campaña de las empresas de seguridad en las televisiones y en las radios, que tantos dividendos les han reportado a algunas de ellas.
Vivimos tiempos de una nueva versión del Imperialismo, diferente al que imperó entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, que desembocó en la I Guerra Mundial. Actualmente, la violencia de algunas de las grandes potencias militares, como son EE.UU. y el estado confesional de Israel, y de Rusia, parece no tener límites, y cada vez están ejerciendo una violencia hacia sus propias poblaciones y hacia sus países vecinos, y hacia el resto del mundo, sin precedentes.
El caso del régimen de Israel, es de manual, de manual de planificación y estrategia de un régimen colonialista y genocida, tanto sobre sectores de propia población no hebrea, con políticas de segregación o apartheid, similares al “antiguo régimen de apartheid de Sudáfrica” (que a su vez copiaba las prácticas del colonialismo europeo histórico de siempre en el resto de continentes) como sobre la Palestina ocupada, o el resto de territorios ocupados de sus países vecinos (en zonas de Siria y de Líbano). En los territorios ocupados ilegalmente por el estado de Israel, en la franja de Gaza y en Cisjordania, los bombardeos masivos de población civil, de control social segregador como el, de exterminio, de destrucción de las viviendas y de las infraestructuras sanitarias, educativas y desarrollo social, de asesinatos de periodistas, de personal sanitario, de personal trabajador de la ONU en el terreno.
No se deja pasar a periodistas, no se deja entrar a las organizaciones que trabajaban en el reparto de comida, bebida y ayuda humanitaria a Gaza, conforme a los protocolos de la ONU. EE.UU. e Israel han creado una organización ficticia de reparto de ayuda, formada por una empresa de mercenarios paramilitares para hacer esa labor, a la vez que utilizan esos puntos de distribución para seguir asesinando a la población hambrienta y desesperada que acude a los mismos.
Cada vez más sectores de la población son valientes y denominan “genocidio” lo que está haciendo el régimen de Israel sobre la Palestina ocupada. Es imposible acallar y reprimir a millones de personas en todo el mundo de diferentes corrientes culturales, sociales, políticas o religiosas y no religiosas, incluyendo a personas judías de todo el mundo que están en contra de este genocidio.
Son malos tiempos para la humanidad, y buenos para los asesinos y sinvergüenzas….