Fran Medina Cruz


Aquellos carnavales no eran con lo de ahora, y aunque pareciera el mismo carnaval, todo ha evolucionado de manera comercial organizada, estética y podría decir que hacia el mundo de la promoción y el interés turístico. Transformándose así, después del decaimiento de los noventa, en un instrumento más de para la marca Extremadura y Mérida en particular.

Yo, a finales de los ochenta, estaba en plena ebullición hormonal, pasaba de los granos en la cara a los atrevimientos amorosos, típico de aquellas épocas de noches en la calle John Lennon, el Disco Teatre, el pub Lennon, Berlín etc., y por supuesto la Plaza España, en la que ya se instalaba de carpa para todos los carnavaleros, -¡que lo éramos todos!-.

Y es que aquellos carnavales sí que eran del pueblo, poco estéticos en su mayoría, pero auténticos, improvisados muchas veces, de retales, prendas apañadas de la hermana o del hermano, con los últimos retoques de una madre que hacia todo lo posible por enmascarar aquel desorden en algo más o menos identificable con lo que se pretendía parodiar. Eran carnavales con sentimiento y vida. Y sobre todo no importaba competir, ni promocionarse ante nada ni nadie, solo importaba pasarlo genial con el grupo de amigos y amigas, estar todos disfrazados y esperar al amanecer con lo que quedaba de aquellos ropajes.

Y no digo que los carnavales de ahora no sean alegres y bonitos, sobretodo bonitos, ya que como dije antes, la estética y el patronage mandan, las comparsas con su orden, los concursos y pasacalles perfectamente ordenados, y esos trajes súper elaborados y caros. Son otros carnavales. Los carnavales de las retransmisiones por internet, del estilo y la exhibición. Del arte se podría decir.

A mi particularmente, y como los viví, prefiero mis carnavales de los ochenta, por ser inocentes y puros, poco destilados y acromáticos, pero auténticos, o así los disfrutaba yo. ¿Qué son épocas distintas, lo sé? ¿Qué eran edades distintas, lo sé? Pero aun así percibía otro ambiente dentro de la familia, de unos padres que salían con otros padres, todos disfrazados confundiéndose entre la multitud.

Supongo que con el tiempo, alguien escribirá que estos carnavales fueron los más bonitos de su vida, y que los recuerda como los carnavales auténticos, es lo que tiene la memoria, que es como la “realidad aumentada”, todo se magnifica dentro de nuestra memoria, todo se hace más grande, incluso las sensaciones percibidas. Estos carnavales también serán los mejores.



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